miércoles, 26 de enero de 2022

Moris y Antonio Birabent, "Mil hombres y mil mujeres"

Bajo un cielo de lata y un sol de neón/ en un jardín de acero está el guardián del reloj

Hay un nuevo Música Cretina, el primero de este nuevo año que de nuevo parece no tener nada, y por eso es que justamente abrimos con este tema que forma parte de una de las sorpresas discográficas más hermosas que nos dejó la pandemia, que fue La última montaña, el segundo disco realizado por Moris y Antonio Birabent una exacta década después de ese auténtico milagro que fue Familia canción. Si aquel primer disco a dúo lo describo de esa manera es porque parecía imposible que padre e hijo, siempre en distintas direcciones, pudiesen unir sus intentos en un trabajo en común, y mas que nada el milagro era hacer que Moris volviese a grabar un disco desde cero que estuviese a la altura de su historia, y Antonio --chapeau para él-- lo consiguió. Y también consiguió en ese primer disco con su padre otro milagro, que fue permitirse cantar lo más parecido al estilo de Moris, mimetizándose y casi encarnándolo, tal vez lo que siempre debe haber intentado evitar hacer desde su versión iniciática de El oso, pero entonces, sacándose esos pruritos, consiguió grabar uno de sus mejores discos. De hecho, alguno de los temas aparentemente más Moris de Familia canción, tengo entendido que llevan su firma. Otro chapeau para Antonio, entonces. Diez años después, La última montaña, el segundo disco de esa dupla impensada, es otra cosa. Nacido antes de la pandemia, llamado va, llamado viene, entre padre e hijo, parece el justo fruto de esta época no solo por su gestación a partir de llamados sino porque mira orgullosamente hacia atrás plantando en el presente, y hasta nos regala el tesoro de que al menos un tercio de los nueve temas que lo completan vengan directamente del siglo pasado, ya que sus letras habían sido publicadas en Ahora mismo, el poemario que editó Moris casi exactmente cincuenta años atrás. Cuando se lo comenté sus autores hace poco, les tuve que hacer la cuenta de los temas, ya que aseguraron no haberlo calculado, lo que es aún más fascinante. Porque entonces Antonio y Moris lograron --efectivamente y sin pensarlo-- capturar lo mejor del siglo pasado en un disco profundamente actual, realizaron un pliegue en el tiempo casi mágico, y nos lo ofrendaron bajo el formato de un puñado de canciones. Eso es lo que siempre es un disco, después de todo. Eso que parece ya ser obsoleto, y que sin embargo es más necesario que nunca. He visto mil hombres y mil mujeres estar/ trabajando en fábricas enormes, canta Moris desde aquella ciudad de guitarras callejeras de la primera mitad de los años setenta  y también en esta --sí, aquí es donde estamos-- ya tercer década del nuevo siglo, donde no parece haber ni un sólo resto del siglo pasado y sin embargo queda la música. Y si es Cretina, mejor. 

(La foto es de Lucía Ortelli, y forma parte del arte de La última montaña)


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