lunes, 9 de agosto de 2021
Salif Keita, "Folon"
Se los presento, el tipo de la foto se llama Salif Keita, y su increíble voz suena a poco de empezar el que –pese a que ya pasaron muchos días y muchas cosas desde su estreno– sigue siendo el último no-programa. Tuvimos sol, tuvimos tormenta y no paramos de llorar despedidas, pero acá estamos, lunes nublado y frío, siempre con Música Cretina para hacernos compañía. Apenas arranca el Lado A, lo que suena es Millones de Casas con Fantasmas, pero ya hablamos de eso, así que ahora toca hablar del buen Salif, la voz de oro del África. “Lo primero que se percibe cuando Salif Keita sale a escena para ponerse bajo las luces y escuchar una ovación de un público expectante, es su rostro. Es de un blanco casi traslúcido, como si fuese el de un fantasma, con labios gruesos y una nariz ancha”, escribió Quincy Troupe, profesor de literatura norteamericana y caribeña en la Universidad de California en San Diego y quien ayudó a Miles Davis con su autobiografía. “Keita es un albino africano en una banda de músicos y cantantes profundamente negros. La experiencia de ver un negro blanco, como a veces son llamados los albinos en el oeste de África, al frente de semejante grupo, es en principio shockeante. Pero cuando las primeras notas salen de su garganta, es imposible no impresionarse con su voz. Primal y embrujada, esa voz llena el cuarto sin problemas y recuerda la de un muezzin, retumbando desde una mezquita al crepúsculo y al amanecer”. Troupe lo describió así a fines del siglo pasado, en las páginas de la revista del New York Times, cuando su figura recién comenzaba a instalarse como una de las fundamentales dentro de la escena de las Músicas del Mundo. Nacido en 1949 en Djoliba, al oeste de Bamako, la capital de Mali, Keita no tuvo una infancia fácil, ya que ser albino en Africa es tomado como un signo de mala suerte. Condenado a la soledad tanto por su familia como por su comunidad, siempre ha destacado el hecho de que la dificultad de ser albino en África comienza con la imposibilidad de soportar la contundencia del sol. “Para mi familia, me transformé en una carga, ya que no podía trabajar en el campo”, explicó. “Sólo me podía dedicar a ahuyentar con mis gritos a los pájaros de los sembrados. Así fue como fui desarrollando mi voz”, bromeó. Aunque su vocación en un principio decantó hacia la enseñanza, sus estudios se cortaron a causa de los problemas de visión propios del albinismo y finalmente Keita decidió dedicarse a la música. Pero el sistema de castas de la sociedad de su país hace que no esté bien visto que un descendiente de la realeza –y la familia de Salif supuestamente desciende de Sundjata Keita, quien en 1240 fundó el reino de Mali– se dedique a tales menesteres. Así que, para seguir la que sería su vocación durante el resto de su vida, Salif debió abandonar su hogar, comenzando así una larga carrera que –medio siglo mas tarde– lo ha terminado convirtiendo en un mito que hace tiempo fue bautizado como el Caruso africano. Leo por ahí que Keita decidió un par de años atrás que su álbum del 2018, Un autre blanc, era el último, porque le costó mucho grabarlo, y –dice– la gente ya no escucha discos. Sin embargo, una rápida busqueda online permite constatar que ya estuvo tocando en vivo en este verano europeo, en Francia y en Italia, al menos. Así que, mientras cruzamos dedos esperando que alguien lo convenza de grabar un nuevo disco, dejemos que suene en esta nueva semana que nos recuerda que –ay– lo peor del inverno sigue entre nosotros. Lo que se escucha casi abriendo este Lado A es un tema acústico que cierra y bautiza su hermosísimo disco Folon, del año 1995, cuyo título quiere decir "En el pasado". No importa lo que sucediera/ En el pasado nadie quería saber, canta Salif y cantamos todos, aunque tengamos claro que querer no es saber, y este presente hiperinformado en que vivimos es la mejor prueba de eso. Pero la voz siempre sabe, de eso no hay dudas, así que sólo hay que querer escucharla.
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