Que será de mi/ si te vas, amor
“Ya, vamos a tocar foxtrot”. Pasándole una guitarra, eso fue lo primero que le dijo Roberto Parra a Álvaro Henríquez, el líder del grupo chileno Los Tres, cuando se conocieron, en la casa de su hermano, el poeta Nicanor, en el barrio de La Reina, en Santiago. “Así que enganchamos al tiro”, resumió. Por entonces Los Tres aún eran sólo tres jovenes músicos --aún no se les había sumado Ángel-- que venían de tocar rockabilly en su natal Concepción para integrarse a la bohemia artística de la época en la capital chilena, aun regida por el pinochetismo. Henríquez fue testigo privilegiado de esa movida como parte del fenómeno que fue la puesta de La negra Ester, una obra teatral basada en unos versos de Don Roberto dedicados a una prostituta. Inventor de las cuecas choras, vinculadas a la marginalidad, y el jazz huachaca, o sea vulgar, tan hermano de Violeta como Nicanor, Roberto siempre fue el cantautor y poeta de cantina de la familia Parra, creador innato --como leo por ahí-- de sincretismos entre el folklore local y la música importada. Con Lalo, otro de sus hermanos, formaron un dúo que exploró esos vínculos, pero para Los Tres funcionaron como sus particulares aduaneros de la felizmente porosa frontera de la musica del grupo con la cueca chilena, una particularidad que fue el ingrediente clave para alcanzar la popularidad --continental, por supuesto, pero especialmente dentro de Chile-- con su Unplugged de MTV, en la segunda mitad de los años 90. Contó alguna vez Henríquez que haberlo conocido a Roberto fue lo que les permitió a él y a sus amigos abrir los ojos al hecho de que la cueca no era sólo eso que hacían todos los grupos folklóricos oficialistas de la época. En el libro de memorias fotográficas --literalmente: compila las fotos que fue sacando durante la historia del grupo-- del bajista Roberto Titae Lindl, Álvaro también recuerda otra de las cosas que le decía el venerable Parra cuando formaban parte del elenco de aquella obra basada en sus poemas: “Alvarito, tenemos que hacer una ramada en cualquier lonjita de terreno que nos den, y nos vamos mitimota”. Por eso es que, cuando murió en el 1995, les propuso a sus compañeros de grupo que hicieran una fonda en serio, como tributo a don Roberto. Al decir fonda, Henríquez se refiere a los bailes que proliferan en ocasión de las fechas patrias, ya sea en locales, en la calle o en carpas armadas para tal fin, reuniendo alcohol, comida y música en vivo. Los Tres lanzarían por primera vez su propia fonda bajo una enorme carpa al año siguiente de la muerte de don Roberto, y la bautizaron La Yein Fonda, con tal éxito que siguieron repitiéndolo año tras año, y un disco en vivo con ese nombre --grabado en uno de esos eventos-- forma parte de su discografía oficial. Lo que suena casi al final del Lado A del que todavía es el último Música Cretina es un tema otro disco, que el grupo hizo en homenaje explícito a Roberto y Lalo Parra, bajo el título de Peineta, recordando que en los bajos fondos y en las quintas de recreo se decía que tocar bien, es decir lograr interminables punteos como los que hacía Don Roberto en acordes en sol mayor, era como peinarse con la guitarra. Peineta reúne un registro en vivo del grupo acompañados por Roberto Parra, un año antes de su muerte, con temas grabados cuatro años después en estudio con el Tío Lalo, como lo llamaban, que moriría recién en 2009. En el libro de Titae hay algunas fotos de esas sesiones, una de las cuales lo muestra con una guitarra eléctrica, la primera vez que tuvo una en sus manos. “No había tocado antes una, y estaba alucinado con el sustain”, se enorgullecía Henríquez cuando salió el disco. Lo que se puede escuchar en este no-programa, justamente, es el preciso momento en que Lalo Parra graba por primera vez con una guitarra eléctrica, en una versión del tema La negrita, un clásico del folklore chileno. Tan lejos de ti/ no podré vivir canta y toca Lalo, y acá estamos sin embargo, tan lejos y viviendo.
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