No hay nada más triste/ que un hombre muriendo de frío
Cada vez que escucho a Vitor Ramil
haciendo un cover de Bob Dylan, confirmo que es el cantante que mejor lo
reinterpreta al sur del Río Grande. Me acuerdo que, cuando me invitaron a
presentarlo en una de sus primeras apariciones en la televisión argentina,
desde la producción del programa habían elegido que interpretase un tema –a mi
gusto, al menos– demasiado “Pedro Aznar” (el ex Seru le había producido el que
por entonces era su último disco). Así que, antes de salir al aire, lo convencí
para que hiciera una del buen Bob. En ese mismo disco –Tambong, muy bien
producido por Aznar, dicho sea de paso– había dos extraordinarias versiones:
Gotta serve somebody y You’re a big girl now. No recuerdo cuál elegimos con
Vitor, pero lo complotamos en apenas segundos, durante el breve tiempo que pasó entre que nos
sentaron en el set y terminamos saliendo al aire. Vitor incluso arrancó con el tema
elegido previamente, pero enseguida dijo algo así como “también hice una de
Dylan”, y cambió a ese tema, dejando a todo el mundo con la boca abierta. Nos
ganamos una linda tirada de oreja después, ya que no hay nada peor para quien
hace un programa que no tener ni idea de lo que está sucediendo al aire, pero
escucharlo a Vitor en su primera aparición televisiva local hacer a Dylan en
vez de Aznar me pareció algo parecido a la justicia. Lo había conocido apenas
unos años antes, en un viaje a Río de Janeiro para ver a los Stones antes de
que pisasen por primera vez Buenos Aires, que me abrió definitivamente la
cabeza a la música brasilera. La culpa no fue de Río ni de los Stones, sino del
hogar durante el que estuve prácticamente escondido durante mi viaje, que tenía
una discoteca magnifica. Vitor estaba parando ahí también, era la casa de su
primo, y mientras yo curioseaba entre los vinilos, me contó su historia de niño
prodigio de Río Grande –más precisamente la ciudad de Pelotas–, llegado a Río
a mostrar su talento y luego regresado a su hogar, desentendiéndose de todo.
Por entonces Vitor estaba volviendo a grabar, y ese nuevo camino lo llevaría a
Buenos Aires, donde nos cruzaríamos un par de veces, y a su vez mi camino me
llevaría primero a Porto Alegre, donde fue casi mi anfritrión, y mucho tiempo
después de regreso a Rio, donde tuve el privilegio de ir a una sesión de
grabación de su disco junto a Marcos Suzano. Entre ambos caminos, Vitor imagino
Satolep, ciudad imaginaria que era una suerte de reflejo de su ciudad natal, y
también su Estética del Frío, el manifiesto de su ser brasileño pero del sur,
donde se conoce, justamente, el frío. Tengo que confesar que aún le debo una
nota a Vitor, pero porque siempre me imagine yéndosela a hacer a Pelotas, algo
que nunca terminó de suceder. Con el tiempo, además, nuestros cruces se fueron
espaciando, hasta que mi único contacto era con la aparición de cada disco
nuevo, algo que siempre me ponía inquieto hasta que lograba sumarlo a mi
discoteca. Pero finalmente me reencontré con él un par de meses atrás, cuando
fui al hermoso anfiteatro del Parque Centenario a ver cantar su Milonga del
pelo largo al uruguayo Dino, otro artista al que durante mucho tiempo imaginé
haciéndole una nota en su ciudad, pero con el que sí pude cumplir. Vitor tocaba
sus milongas esa tarde antes que Dino, así que llegué temprano, y volví a
maravillarme con su música. Su repertorio recorre hoy toda su carrera, ya que
acaba de sacar un hermoso disco doble, Foi no mes que vem, para el que
regrabó sus mejores temas, y en el que por supuesto incluye este admirable Joquim, su increíble reversión de Joey, que Dylan
incluyó en su disco Desire. Pero donde Dylan romantizó la vida del
mafioso Joey Gallo, Vitor le canta a Joaquim Pedro Salgado Filho, un olvidado precursor
gaúcho de la aviación, reinventándolo como visionario y revolucionario. Mas
Dylan que Dylan, entonces, Vitor canta su Joquim, que abre el Lado
B del último Música Cretina, pero no desde su nueva versión, sino que esta es
la original, la que grabó en su disco Tango, de 1987. Casi tres
décadas más tarde, Vitor canta otra vez a Dylan pero canta también a Vitor, y
su Joquim gaúcho la rompe una vez mas en Satolep, como cada vez que pongo play,
y no puedo dejar de disfrutar cada uno de sus ocho minutos heroicos y
epifánicos. Atención, olvídense del sábado y el año nuevo y escuchen: estamos
en Satolep, en medio de una guerra civil, es de noche y la voz de Caruso suena
en medio de un teatro vacío. Así empieza la historia de nuestro héroe. ¿Quiénes son esos canallas/ que quieren acabar contigo?
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