Si te sentís solo/ podés hablar conmigo
Uno de los momentos claves de mi iniciación musical, fue el
hecho de haber podido arrebatarles Los Beatles a mis padres. Algo que me
permitió ingresar a la pubertad sin tener que renegar de ellos, y poder así
disfrutarlos sin culpa, entendiendo de primera mano que al mismo tiempo podían
encarnar la rebelión así como el conservadurismo. Mis viejos amaban a Los
Beatles, y yo crecí escuchando sus discos, junto a Mediterráneo, de Joan Manuel
Serrat o El amor, de Julio Iglesias. Como Asterix, como Malfalda, las canciones
de los muchachos de Liverpool fueron algo así como un lenguaje común en mi
hogar. Uno podía decir una frase o tararear algún verso, y los demás
completábamos el chiste o la canción inmediatamente. Durante un interminable
viaje familiar en auto a Bariloche cuando aún eramos chicos, la única diversión
en el asiento de atrás de aquel Renault 4 rojo que compartimos con mi hermana
fue un viejo radiograbador horizontal, de esos con las teclas grandes y un solo
parlante. Allí escuchamos sin parar Rubber Soul y Beatles for Sale, los dos
cassetes del grupo que teníamos entonces, hasta saberlos de memoria. Es mas,
como el azimut del cabezal del grabador estaba descalibrado y se escuchaba un
solo canal, la curiosa versión estéreo original de Rubber Soul –que separaba la
mezcla mono original en dos canales musicalmente independientes, con voces por
un lado e instrumentos por el otro—propició para que algunos temas en mi
recuerdo eternizado tuviesen sólo coritos y ningún verso, o fuesen sino meros
instrumentales con estribillo. Pero el momento en que Los Beatles pasaron a ser
también realmente míos fue cuando me compré mi primer disco de ellos, en
realidad un cassette que me canjeó un compañero de colegio. Cuando le comenté
la novedad a mi viejo, el fan de los Beatles más cercano que tenía, me dijo que
no era tan bueno, porque era de la época rara del grupo. Eso me desanimó un
poco, así que recuerdo haberlo escuchado con recelo. Me voló la cabeza: se
trataba nada menos que de Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Desde entonces
supe que había unos Beatles para mi viejo, y otros para mí. Que él tenía su
rock, el de la campera de cuero rápidamente convertida en trajecito y los pelos
largos pero no tanto, el de los primeros discos del grupo. Y yo podía tener el
mío, vestido de cualquier manera extravagante, de pelo realmente largo e
incluso barba y bigote (¡y anteojos!), y arrebatos orientales sumados a un
extraño cuelgue que luego descubriría que tenía un nombre propio: psicodelia.
Dentro de ese universo desquiciado entra este Hey Bulldog, un tema extraño, urgente y
algo escondido del grupo (está
en la banda de sonido de El Submarino Amarillo), que con uno de mis primeros amigos, con el que
intentamos algo parecido a tener una banda, convertimos en nuestro himno
beatle. Sabíamos que no estaba a la altura de los mejores temas del grupo, pero
era bien nuestro, y también algo bizarro, con ese contundente riff de piano
inicial, y esos ladridos y gritos al final. La historia oficial de los Beatles
le reserva a Hey Bulldog el lugar del último momento clásico y grupal del
grupo, antes del desbande luego del viaje a la India. Según escribió el
ingeniero Geoff Emerick en sus memorias, su grabación –realizada de improviso,
durante una jornada de filmación en el estudio de imágenes para un clip del
tema Lady Madonna—fue el último momento en que los Beatles funcionaron en el
estudio como un grupo. La pasaron bien grabándolo, y eso es algo que se nota. Por eso es que es un tema que le
levanta el ánimo al más desvalido, y sirve como anillo al dedo para arrancar la
semana. Y también funciona como ideal punto final para el último Música
Cretina, completando un increíble acelerada final del Lado B, después de los
Redondos y los Stones. Nada menos que un lujazo. Cretino, claro.
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