Algunos de ustedes deben saber quiénes somos. Así saludó Greg Dulli anoche, casi al final del recital de sus reformados Afghan Whigs, ante un Niceto semivacío. Apenas si había unas cincuenta personas debajo del escenario, mientras que arriba media docena de músicos –incluyendo al cantante—llevaban una hora casi sin descanso, metiendo un tema tras otro, sin dejar ni una pausa por la que se cuele el silencio de un lugar vacío. Aún no llegamos a mitad de año, pero ya me siento en condiciones de afirmar que, cuando se hagan las listas de lo mejor del 2014, el de los Afghan será –por lejos—el show internacional que mejor pagó dividiendo calidad por cantidad de público presente. Es que, si la música fuese oro, cada uno de los presentes anoche nos llevamos casi todo el tesoro solitos a casa. Pero, claro, eso nunca sucederá. Y no sólo porque no es la clase de cálculo con la que se califica a un concierto, ni porque la música no es oro (aunque eso soy capaz de discutirlo, yo me fui rico a casa). Sino porque entre el escaso público no había ni un periodista ni tampoco algún músico curioseando. No era uno de esos shows en los que había-que-estar, y no habrá nadie para comentarlo. Lo siento, ustedes se lo perdieron. Porque fue uno de esos shows de los que –con permiso, Patricio Rey—te vas rico gratis.
Anoche, es cierto, no era una de ésas que invitan a salir a
ver qué pasa. Llovió como si estuviesen filmando una película de serie negra –o
la escena debajo del puente de Tango Feroz—durante toda la noche. Ya le había pasado
esto a Dulli la primera vez que pisó Buenos Aires, cinco años atrás,
acompañando a Mark Lanegan en formato acústico. A pesar de que el calor del
hogar llamaba, desafié entonces al agua y me fui igual hasta La Trastienda a verlos,
y no me arrepentí. Poca gente, pero fue un show íntimo y fascinante. De esos
que estás orgulloso de formar parte. Por eso es que me había prometido no
fallarle tampoco a Dulli esta vez. Aunque me esperaba que, con o sin lluvia,
otra vez no hubiese nadie. Porque los Afghan Whigs por estos pagos no sólo nunca
fueron un grupo popular, sino que ni siquiera llegaron a ser protegidos por los
periodistas. Ni siquiera fueron de culto.
Así que vaya uno a saber las razones por las cuales tocaron anoche en Buenos
Aires. Pero el fan –y yo lo soy—no pregunta sino que disfruta. Lo hice
muchísimos años atrás viendo nada menos que a Los Lobos en un estadio vacío, no
iba a dejar de hacerlo anoche en Niceto.
Aunque al comienzo había tan poca gente que invitaba a la
duda, por cómo se lo podía tomar el grupo, salieron a matar con el primer tema.
Y vaya que mataron. Son raros los Afghan. Tienen una formación con dos guitarristas
y un multinstrumentista que toca teclados, violín y cello. Dulli es como Buzz
Lightyear, ancho de hombros y con cuello de toro. Vestido de negro, con una
Gibson –negra, por supuesto—colgada al cuello, es el único cantante de los 90
capaz de citar a Jim Morrison y a Curtis Mayfield con la misma propiedad. La
cita a People get ready llegó para los bises, pero el inesperado recitado de
The End –the killer awoke before dawn...—fue uno de los grandes momentos-rock
no sólo de anoche, sino de muchas otras noches. Incluso Dulli –que tiene la voz
impecable-- agregó el piano a su repertorio, al que se sentó para hacer un
sentido It kills, que agradeció al final con un “gracias” en castellano. Lo que
siempre me gustó del grupo fue la forma en que versionaron a los clásicos del
soul, pero fue justo de lo que menos hubo anoche. Lo que más hubo fue mucha
música, música ambiciosa y contundente, con un sonido trágico y al mismo tiempo
sensual, soul pero con dos guitarras eléctricas. El bajo sonaba como tenía que
sonar –el bajista sabía cómo cargar su Rickenbaker--, y el batero parecía Bobby
Gillespie y le pegaba como Dave Grohl. El sonido era impecable, pero estaba un poco
fuerte, hay que decirlo. A matar o morir, así salieron. Como hay que hacerlo en
estos casos.
Aquella frase de Dulli con la que abro esta nota llegó
después de que preguntó si los presentes entendíamos inglés, y contó entonces que
con ese tema que acababan de tocar terminaba su show. Ellos se iban, la gente
aplaudía, y volvían para hacer el bis. No iban a hacer eso, explicó. Y ahí fue cuando
preguntó si alguien sabía quiénes eran, para invitar a que pidiesen temas para los
que supuestamente serían los bises. Alguien gritó Summer’s Kiss, y Dulli lo
pescó al vuelo. “Usualmente, no lo hacemos solo”, dijo. “Sino que hacemos los
tres temas finales del disco Black love. Suena mejor así. Confiá en mí”, agregó
con una sonrisa, y lideró al grupo en
veinte maravillosos minutos más de música, tocada y cantada apasionadamente,
completando un show milagroso, que no debería haber sido capaz de presenciar jamás.
No sólo porque los Afghan Whigs estaban separados, sino porque a quién se le
iba a ocurrir que, reunidos, tocasen en una Buenos Aires que jamás se enteró
que existen. Pero es que uno siempre se olvida que esto no es rock ni amor,
sino pura suerte. Afghan Whigs en Niceto, martes 20 de mayo 2014.
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