miércoles, 21 de mayo de 2014

El show imposible, por Martín Pérez


Algunos de ustedes deben saber quiénes somos. Así saludó Greg Dulli anoche, casi al final del recital de sus reformados Afghan Whigs, ante un Niceto semivacío. Apenas si había unas cincuenta personas debajo del escenario, mientras que arriba media docena de músicos –incluyendo al cantante—llevaban una hora casi sin descanso, metiendo un tema tras otro, sin dejar ni una pausa por la que se cuele el silencio de un lugar vacío. Aún no llegamos a mitad de año, pero ya me siento en condiciones de afirmar que, cuando se hagan las listas de lo mejor del 2014, el de los Afghan será –por lejos—el show internacional que mejor pagó dividiendo calidad por cantidad de público presente. Es que, si la música fuese oro, cada uno de los presentes anoche nos llevamos casi todo el tesoro solitos a casa. Pero, claro, eso nunca sucederá. Y no sólo porque no es la clase de cálculo con la que se califica a un concierto, ni porque la música no es oro (aunque eso soy capaz de discutirlo, yo me fui rico a casa). Sino porque entre el escaso público no había ni un periodista ni tampoco algún músico curioseando. No era uno de esos shows en los que había-que-estar, y no habrá nadie para comentarlo. Lo siento, ustedes se lo perdieron. Porque fue uno de esos shows de los que –con permiso, Patricio Rey—te vas rico gratis.
Anoche, es cierto, no era una de ésas que invitan a salir a ver qué pasa. Llovió como si estuviesen filmando una película de serie negra –o la escena debajo del puente de Tango Feroz—durante toda la noche. Ya le había pasado esto a Dulli la primera vez que pisó Buenos Aires, cinco años atrás, acompañando a Mark Lanegan en formato acústico. A pesar de que el calor del hogar llamaba, desafié entonces al agua y me fui igual hasta La Trastienda a verlos, y no me arrepentí. Poca gente, pero fue un show íntimo y fascinante. De esos que estás orgulloso de formar parte. Por eso es que me había prometido no fallarle tampoco a Dulli esta vez. Aunque me esperaba que, con o sin lluvia, otra vez no hubiese nadie. Porque los Afghan Whigs por estos pagos no sólo nunca fueron un grupo popular, sino que ni siquiera llegaron a ser protegidos por los periodistas. Ni siquiera  fueron de culto. Así que vaya uno a saber las razones por las cuales tocaron anoche en Buenos Aires. Pero el fan –y yo lo soy—no pregunta sino que disfruta. Lo hice muchísimos años atrás viendo nada menos que a Los Lobos en un estadio vacío, no iba a dejar de hacerlo anoche en Niceto.
Aunque al comienzo había tan poca gente que invitaba a la duda, por cómo se lo podía tomar el grupo, salieron a matar con el primer tema. Y vaya que mataron. Son raros los Afghan. Tienen una formación con dos guitarristas y un multinstrumentista que toca teclados, violín y cello. Dulli es como Buzz Lightyear, ancho de hombros y con cuello de toro. Vestido de negro, con una Gibson –negra, por supuesto—colgada al cuello, es el único cantante de los 90 capaz de citar a Jim Morrison y a Curtis Mayfield con la misma propiedad. La cita a People get ready llegó para los bises, pero el inesperado recitado de The Endthe killer awoke before dawn...—fue uno de los grandes momentos-rock no sólo de anoche, sino de muchas otras noches. Incluso Dulli –que tiene la voz impecable-- agregó el piano a su repertorio, al que se sentó para hacer un sentido It kills, que agradeció al final con un “gracias” en castellano. Lo que siempre me gustó del grupo fue la forma en que versionaron a los clásicos del soul, pero fue justo de lo que menos hubo anoche. Lo que más hubo fue mucha música, música ambiciosa y contundente, con un sonido trágico y al mismo tiempo sensual, soul pero con dos guitarras eléctricas. El bajo sonaba como tenía que sonar –el bajista sabía cómo cargar su Rickenbaker--, y el batero parecía Bobby Gillespie y le pegaba como Dave Grohl. El sonido era impecable, pero estaba un poco fuerte, hay que decirlo. A matar o morir, así salieron. Como hay que hacerlo en estos casos.
Aquella frase de Dulli con la que abro esta nota llegó después de que preguntó si los presentes entendíamos inglés, y contó entonces que con ese tema que acababan de tocar terminaba su show. Ellos se iban, la gente aplaudía, y volvían para hacer el bis. No iban a hacer eso, explicó. Y ahí fue cuando preguntó si alguien sabía quiénes eran, para invitar a que pidiesen temas para los que supuestamente serían los bises. Alguien gritó Summer’s Kiss, y Dulli lo pescó al vuelo. “Usualmente, no lo hacemos solo”, dijo. “Sino que hacemos los tres temas finales del disco Black love. Suena mejor así. Confiá en mí”, agregó  con una sonrisa, y lideró al grupo en veinte maravillosos minutos más de música, tocada y cantada apasionadamente, completando un show milagroso, que no debería haber sido capaz de presenciar jamás. No sólo porque los Afghan Whigs estaban separados, sino porque a quién se le iba a ocurrir que, reunidos, tocasen en una Buenos Aires que jamás se enteró que existen. Pero es que uno siempre se olvida que esto no es rock ni amor, sino pura suerte.

Afghan Whigs en Niceto, martes 20 de mayo 2014.

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