Si no estás segura/ Dímelo, no importa que duela
Se los presento: el tipo con los panes debajo del brazo se llama Gaston Ciarlo, pero --al menos en Uruguay-- es más conocido como Dino. Así como lo ven, es uno de los artistas que suena en el que todavía sigue siendo el nuevo Música Cretina. Lo hace casi al empezar el Lado A, cantando los versos con los que comienzan estas líneas desde el que terminó siendo su álbum póstumo, que sus herederos decidieron no bautizar porque Dino nunca les dijo cómo era que quería llamarlo. Por eso apenas lleva el nombre grupal con el que encaró la empresa: Dino y sus Ciarlobacterias, una broma que supongo hace referencia al hecho de que lo acompañan sus dos hijos, Bruno y Santi. Dino había dicho que su sueño era retirarse tocando con ellos en formato de power trio, y este disco de alguna manera cumple con un anhelo que no tuvo su correlato en vivo, algo que le fue negado por la pandemia, ya que murió en noviembre del 2021, con el disco sin terminar y sin haber vuelto a pisar los escenarios. Lo conté mas de una vez pero vuelvo a contarlo: conocí la música de Dino gracias a Niquel, el grupo de Jorge Nasser, que en su momento de mayor éxito grabó un disco dedicado al rock uruguayo de los 70, que no había tenido continuidad en la movida rocker de los 80 en el país vecino. Un paréntesis: eso de hablar de otros cuando la luz del reflector los apunta es algo que suelen hacer los artistas uruguayos (tal vez tenga algo que ver con su proverbial e incluso se podría decir patológico perfil bajo), se lo vi hacer también a Jorge Drexler en Buenos Aires, recordando al Darno y a Cabrera justo cuando por primera vez por acá estuvieron dispuestos a escucharlo, algo que al menos Cabrera supo aprovechar. El Darno no estaba en condiciones de aprovechar nada, pero eso ya es otra historia. Cerremos paréntesis y volvamos a Niquel recordando el rock de los 70: lo mejor de ese disco eran las canciones de ese tal Dino, pero yo no tenía claro de quién era. Nadie lo mencionaba dentro del rock, ni siquiera Jaime Roos: la listita que había armado luego de leer el libro de Milita Alfaro no incluía su nombre. Ese siempre fue el gran pecado de Dino: demasiado rocker para el cantopopu, demasiado cantopopu para el rock. Pero, incluso con él mismo pateándose en contra, a Dino siempre lo salvaron sus temas, esas milongas rockeadas que supo inventar e inmortalizó hasta Zitarrosa, que le puso voz a ese monumento con forma de cancion que es su Milonga del pelo largo. Y ahora a lo que podemos volver es al tipo de la foto y de los panes, el Dino que conocí personalmente hace poco menos de una década, cuando viajé a Dolores, su pueblo, al sur de Fran Bentos, Uruguay, para entrevistarlo con la excusa de que estaba a punto de tocar en Buenos Aires como parte de un homenaje a Zitarrosa que se realizaría en Parque Centenario. Desde que había escuchado que se había mudado a Dolores para trabajar en un molino que quería viajar a entrevistarlo: es más, quería una foto de Dino con su guitarra delante del molino. No pudo ser: el molino seguía ahí, casi en la entrada del pueblo, pero Dino ya se había jubilado. Lo que sí pude hacer fue la nota, que salió en tapa de Radar con un hermoso diseño de Alejandro Ros, y luego una segunda versión, mas uruguayeada, salió en la revista Lento. En esa nota original, Dino me contó la historia detrás de su Milonga del pelo largo, la historia de sus huidas de sí mismo, de su militancia, incluso de un anticlericalismo fundado en haber sufrido a los curas desde su infancia, recordando aún la frase que lo recibía al entrar al colegio, con apenas seis años, que todavia le puede poner los pelos de punta a cualquiera: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”. Y la historia detrás de los panes de la foto es que era su compra de todos los días: uno para su casa, y dos para su vecino carnicero, que no tenía tiempo para ir a la panadería y entonces él le hacía el mandado. Ese era Dino, el que grabó Hay veces primero como simple, luego en su disco Milonga, de 1981, y volvió a grabarla con sus hijos, para el que terminó siendo su disco de despedida, una obra magna producida por Alejandro Ferradás , al que, insisto, habría que hacerle un monumento. Mientras tanto, hay que dejar que suene el Dino, hay que volver a hacer sonar este no-programa que dentro de poco le dejará su lugar al próximo. Pero para eso falta: todavía es otoño, estamos junto en la mitad de la semana, por suerte nos queda es la música. Si es Cretina, mejor.
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