sábado, 13 de junio de 2020

Splendid isolation

Quiero vivir solo en el desierto/ quiero ser como Georgia O’Keefe

Ahí tienen al desierto, y ahí tienen a la señora O’Keefe. La foto es de John Loengard, que trabajó largamente para la revista Life y falleció a comienzos de mes. Escribiendo sobre él en este muro es que descubrí la foto, y también que había viajado un par de veces al desierto de Nuevo México para fotografiar a la pionera del modernismo estadounidense en su retiro, poco antes de su muerte, a los 98 años. Hay un libro que compila las fotos que tomó durante esas visitas, y calculo que esta bella imagen debe estar entre ellas. La iba a usar para acompañar la breve despedida que escribí sobre Loengard cuando me enteré de su muerte, pero terminé guardándola porque en realidad lo que me recordó la imagen fueron estos versos, y la canción que inauguran, aquel hermoso himno personal tomado de uno de mis Cretinos preferidos, nada menos que --de pie, señorxs-- Warren Zevon. Confieso que más de una vez elegí sus temas en Música Cretina para poder escribir sobre él, o viceversa, y por eso creo que ya he recordado que me topé por primera vez con su obra en Tabú, la disquería de Alfredo Rosso, que me convenció de comprar una edición local de Excitable Boy en vinilo, un disco que tiene muchos de sus mejores temas, y que alguna que otra vez supo sonar tan temprano como en Piso 93. Cuando empecé a trabajar en el No, y por lo tanto a frecuentar la redacción de Página 12, descubrí que Rodrigo Fresán también era fan, y un tiempo después, cuando la aparición de Radar incorporó a Juan Forn en nuestro día a día laboral, más de una vez terminamos hablando todos del buen Warren (sumándose a la charla otro fan, Juan Boido), sobre todo porque Forn siempre insistió con que me le parecía, por lo que solía llamarme por su nombre. Lo cierto es que, a pesar de llevar las canciones de Zevon tan cerca en mi corazón, hasta que no vi esta foto en la que Georgia parece buscar lo poco que le queda de futuro en lo más profundo del desierto no recordé estos versos de acá arriba y el tema al que le dan comienzo, más que apropiado para describir estos días que estamos viviendo. O, mejor dicho, el mundo personal que habitamos desde que estos días cayeron sobre nosotrxs. Aislamiento espléndido/ no necesito a nadie, canta Warren y yo pienso en todas las veces que he cantado con él ese estribillo como si fuese una declaración de guerra, una línea trazada en el piso, una advertencia y un pedido de ayuda al mismo tiempo. Michael Jackson en Disneylandia/ no necesita compartirla con nadie, se entusiasma Warren con nuestro himno solitario que, enseguida, cuando llega eso que suele denominarse como el puente --y que, cuando la canción es buena, suele ser la clave de esa excelencia, melódica y también temática--, apenas si se insinúa como una canción de separación que no acepta quejarse, y entonces muestra los dientes: No quiero despertarme con nadie al lado/ no quiero conocer a nadie nuevo/ no quiero que nadie venga sin avisar/ no quiero tener nada que ver con vos. Pero esa emotiva mirada detrás del decorado dura un segundo, porque el aislamiento espléndido regresa y entonces es hora de cantar una estrofa que resuena perfectamente en este presente porteño y estúpidamente sublevado: Estoy poniendo papel metalizado en las ventanas/ tirándome en la oscuridad a soñar/ no quiero ver sus rostros/ no quiero escucharlos gritar. Leo por ahí que el término 'Aislamiento espléndido' proviene de una terminología utilizada para denominar la política británica durante el siglo diecinueve, en la que todos sus aliados eran circunstanciales. También descubro que Splendid isolation no está en Spotify, ya que forma parte de Transverse city, un disco que Zevon grabó para Virgin, y hace tiempo vengo descubriendo que esa discográfica no parece llevarse muy bien con la gente de Spoty. Por suerte, en YouTube se puede encontrar una hermosa versión en vivo interpretada por Warren con Neil Young haciéndole la segunda, como está inmortalizado en el disco. En este luminoso mediodía de sábado, con el invierno golpeando a la puerta, los miro cantar en la pantalla de mi computadora y no quiero pensar en lo que será el mundo cuando ya no quede ninguno de ellos. Supongo que esto es ser --digamos-- viejo, sentir que todo lo que importa se ha ido o está a punto de hacerlo. No es lo que suele sucederme: disfruto descubriendo cosas nuevas, sorprendiéndome por lo que alcanzo a descubrir, compartiendo eso que acaba de emocionarme. Es más, he hecho de eso mi trabajo diario, la base de mi sustento, y de esa poca confianza que tengo en la humanidad. Hace tiempo que estoy convencido que eso que nos emociona y puede ser compartido nos hace mejores. Un poco, al menos. Pero, claro, estos son días extraños. Días --y especialmente noches-- en los que la mejor compañía son los amigos de siempre. Y muchos de mejores amigos son canciones que me hablan desde hace años, me escuchan y me comprenden mejor que nadie. Esas canciones que siempre lo han sabido todo antes que yo, y nunca me abandonan. Por eso es que levanto el puño cantando otra vez eso de que "quiero vivir solo en el desierto” y vuelvo a quedarme mirando la foto de Georgia O’Keefe, deseando ser capaz de mirar a los ojos todo lo que vendrá con la serenidad con la que ella deja perder su vista en ese desierto que hoy llamamos futuro. Y que en algún momento nos golpeará la puerta.

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