En un mundo ideal no debería tener que presentarlos, pero
por ahora hay que conformarse con el que tenemos así que acá va: estos son los
American Music Club, el grupo de Mark Eitzel, un cantautor extraordinario de
San Francisco, que aún hoy sigue sacando discos encantadores y siempre
cretinos. Eitzel comenzó a construir su brillante repertorio al frente del
grupo desde mediados de los 80, en un principio de manera errática, hasta
llegar a una cumbre apenas despuntados los 90 para luego irse deshaciendo
demasiado rápidamente por las expectativas puestas en ellos. Rompí mi promesa/
de que no iba a escribir otra canción de amor sobre vos, arranca cantando el
hermoso tema que suena en uno de los últimos Música Cretina rescatados para FM
Universidad de La Plata, todos los sábados de 23 a 24, ya saben. Eso sí, van a tener que esperar un
poco, porque la voz de Mark aparece recién al promediar el Lado B, después de
Leandro y Los Ninjas y antes de Lisa Germano. Pero este frío jueves invernal se
merece un no-programa completo al sol, permítanselo. Y mientras tanto les puedo
contar algunas cosas más sobre el buen Mark, uno de esos tipos que andan por
ahí con el corazón en la mano. O al menos así se lo percibe en sus mejores
canciones, siempre confesionales y de corazón roto, pero nunca deshecho en
lágrimas sino mas bien sanando como puede. Al teléfono sonabas alegre/ pero un
corazón puede llorar y uno puede no ver las lágrimas, sigue cantando Eitzel, y
no hace falta explicar más de qué van sus canciones, aunque habría que avisar que
el tema en cuestión lejos de ser desgarrador es
celebratorio. Estoy contento de que hayas vuelto, reza una y otra vez el
estribillo, y entonces supongo que sí puedo dar por presentada la clase de
canciones que entrega Eitzel, al que tuve la suerte de ver en vivo en Los
Angeles a fines de los 90, cuando American Music Club ya se había desbandado, y
había empezado su carrera solista. Estaba en la ciudad al final de un viaje que
incluyó tres notas: seguir el micro de Los Fabulosos Cadillacs en una gira que
desembocó en la ciudad, y presenciar la grabación de sendos discos de Divididos
y Los Caballeros de la Quema. El viaje lo pagó BMG y las notas fueron saliendo
en los primeros números de la Rolling Stone, de menor a mayor: Cadillacs tapa,
Divididos grande pero sin tapa, Caballeros un par de paginitas nomas. Pero con
los Caballeros estaba mi amigo Martín Rea, y una noche aunque estábamos
totalmente agotados nos fuimos igual hasta un lugar muy simpático llamado
Largo, porque yo había leído que tocaba Eitzel y no me lo quería perder. Tan
cansado estaba que no recuerdo mucho del asunto, y hasta creo que no llegamos
escuchar todo el show, nos tuvimos que ir porque nos dormíamos esperando que
empiece. Pero alcancé a acercarme a Eitzel para saludarlo, diciéndole que venía
desde Argentina para escucharlo. Flaco y muy alto, con los hombros eternamente
encorvados, ni me miró a los ojos, y me extendió una mano feta para sacarme lo
más rápido posible de encima. Supongo que yo hubiese hecho lo mismo si se me
hubiese acercado un sudaca agotado e hiperexitado al mismo tiempo, queriéndome
saludar. Pero esa mano fría y feta me persigue cada vez que pienso en él. Pero
es una imagen que se aleja cada vez que pongo ese hermoso disco en vivo solito
con su guitarra llamado Songs of love, un pirata hecho oficial grabado en
Londres, en enero del 91, cuando todavía todo era posible. American Music Club
estaba por sacar el que para muchos es su mejor disco, Everclear, e iba a
conseguir un contrato con Reprise. El mundo pronto iba a estar a sus pies. Pero
a ellos también les pasaron cosas. El sol de California siempre brilla, pero
San Francisco es un lugar frío, sigue cantando Mark en el tema que disparó
estos recuerdos, y tal vez esa frase alcance como explicación de todo lo que
estamos hablando. Y sino, igual dejemos que siga sonando. Claro que sí, Mark.
Estamos felices de que hayas vuelto.
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