El primer recuerdo que tengo de la selección argentina en un
mundial es la imagen de mi viejo puteando ante el televisor. "Puta madre,
todos los rebotes van para ellos", es la frase que enmarca en mi memoria
aquella caída 2-3 en el debut de Alemania 74 ante una Polonia hasta entonces
sin demasiada historia en mundiales pero que había dejado afuera a Inglaterra
en las eliminatorias y terminaría en el podio del torneo. Esa fue la escena y
la frase que recordé luego del estrepitoso 0-3 ante Croacia del jueves pasado,
que desde el imperdonable horror de Caballero no pude seguir viendo sentado
ante el televisor, sino que lo seguí de pie y dando vueltas por el living, como
si quisiera pasar de largo en vez de quedarme mirando con morbo el terrible
resultado de un accidente. No recuerdo nada de aquel mundial ni de aquel
partido, salvo las puteadas y el nerviosismo de mi viejo ante el pequeño
televisor de casa. Por entonces el fútbol no significaba nada para mí. No
podría precisar hoy lo que significa, no sabría ni por donde empezar, pero
tengo claro que no reemplaza nada en mi vida, ni es vida o muerte, simplemente
es fútbol. Con todo lo que eso significa. Mi pareja exagera diciendo que las
unicas veces que me vio llorar en los años que estamos juntos fue primero cuando
descendió y luego cuando ascendió Independiente. De hecho, el mundial anterior
sólo capturó toda mi atención una vez que se consumó ese ascenso, apenas unos
días antes del primer partido. Pero un mundial mas tarde acá estamos, 44 años
después de aquella escena inaugural en mi recuerdo, con todos los rebotes otra
vez yendo para ellos. En un rato Argentina se juega ante Nigeria su destino en
Rusia, y nada menos que en San Petersburgo, una ciudad que sabe de destinos. No
somos los favoritos, y no se por qué pienso que por una vez eso juega a nuestro
favor. No se si mi viejo estará mirando el partido, calculo que no, porque hace
tiempo que se dedico sin darse cuenta a ir donde van los rebotes. Su feroz
antiperonismo lo ha convertido en un feroz antipopulista, e identificando el
fútbol como uno de sus peores males ha terminado odiando todo lo que despierte
pasión popular, desde Maradona hasta Messi. Es raro, porque odiar a Messi hoy
parece ser justamente el deporte mas popular, pero ahí es donde sin darse cuenta
ha terminado parado mi padre siguiendo el curso de ese odio que lo aleja de lo
que alguna vez nos unió. Ahí está otra vez, ahora lejos del televisor, pero
puteando siempre. Yo lo que espero es que el recuerdo que me quede del día de
hoy no sea sólo una larga puteada ante el televisor. Este grupo de jugadores,
que lejos de haber sido condenados por el azar sino que una y otra vez han
tenido en sus manos una posibilidad --ese gol a favor a los quince minutos del
partido contra Islandia, el penal en el segundo tiempo-- y no han hecho mas que
dilapidarla, ha recibido un rebote más. El destino les ha dado una nueva
oportunidad, vaya uno a saber si para redimirse o para volverse a humillar ante
los ojos del mundo. Recuerdo que algo parecido pensaba ante ese partido extra
que le tocó jugar a Independiente frente a Huracán, que aquel equipo no había
estado a la altura en cada momento decisivo. Que la historia tenía cuentas por
saldar con nosotros. Pero logramos ese ascenso. Entonces lloré, o al menos es
lo que siempre me recuerda mi pareja. Pase lo que pase, hoy no creo que llore,
pero hay algo que ahora tengo claro y es que prefiero el llanto a la puteada.
Porque la puteada permanente te termina llevando por el camino equivocado,
mientras que el llanto lava y limpia, dejando todo listo para un nuevo
comienzo.
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