miércoles, 21 de agosto de 2019

Mauricio Redolés y Los Ex-Animales Domésticos, "Amor carretiao"

Volveré a sentir/ a mi amor carretiao

Lo presenté mil veces, hace rato que es un Cretino honorario, es más: tal vez sea posible considerarlo como el Cretino original. Por eso es que no podía faltar en el último no-programa, programado exclusivamente con tesoros de mi discoteca: pasen y búsquenlo, suena casi al final del lado A. Se llama Mauricio Redolés, es chileno, y tengo la suerte de que sea mi amigo. Pero además es algo así como el heredero natural de Nicanor Parra, poeta y músico, cantante popular y también rockero, fan de Dylan y Los Lobos, sobreviviente de las catacumbas del pinochetismo y de su posterior exilio londinense, orgulloso comunista que renegó públicamente del partido en un himno inmortal y épico como ¿Quién mató a Gaete? ("los cuetes, los cuetes"), arqueólogo del presente e incansable buscador de tesoros en el lenguaje popular, algo que lo ha convertido en un héroe inmolado en largas batallas con la paspada massmedia chilena, y que también sabe ser prohibido no sólo en televisión sino también en las inmaculadas bibliotecas por culpa de unos versos que hablan de ‘viejos culiaos’. ¿Les suena? Son esos que no creen en nuestro amor, en la rebelión punk o que en un poema se pueda decir viejo culiao. Sí, cretinxs míxs: el amigo Mauricio es el que cada tanto —o cada mucho— aparece desde hace tiempo recitando sus poderosos poemas entre lado y lado de cada no-programa. Me encanta programar sus temas, mostrar sus discos, y también exhibir como condecoraciones fotos como ésta de acá arriba, en la que estamos en su casa en Cueto, en el barrio Yungay, algo así como el San Telmo de Santiago de Chile. Ahí estoy luciendo un corte de pelo que se parece al que estrené ayer, pero unos 20 años atrás, recién cortado también entonces, pero en la mítica Peluquería Francesa, que no se si aún existe, que exhibía enmarcado en su pared un histórico recorte de diario que detallaba un accidente que sufrió el negocio, cuando un auto se estrelló en su portal, noticia que fue memorablemente titulada como “Peluquero se salvó por un pelo”. Entre Mauricio y yo disfruta como loca Beta Pictoris, la entusiasta perra de aquel hogar, y el que sacó la foto seguro que fue el Sebas, su hijo, un pequeñín entonces que autografió junto con su padre mi compact del Gaete. Además de ser hoy un músico por derecho propio, Sebastián por estos días asiste con ternura y cariño a Mauricio en la milagrosa recuperación del ACV que casi lo saca de la cancha un par de años atrás. Una resurrección que en mi último viaje a Santiago compartí con Alvaro y la Carla, esperando ver los restos de un Mauricio recién recuperado y feliz si sólo se tratase de ello. Lo que vimos en cambio fue a un rocker de bastón pero que comandó un show vibrante, que fue una auténtica fiesta de comienzo a fin. Fuimos a saludarlo con Bisama, pero el hueón estaba tan emocionado que no soportó esperar a que Mauricio terminase de firmar y sacarse fotos con todos y cada uno de los que habían comprado sus discos o libros, para que pudiese presentarlos como corresponde. Yo me quedé, claro, y entonces hubo abrazos, hubo presentaciones, recuerdos y también promesas, todo sazonado con el humor redolesiano de siempre. Me fui cantando sus temas, como siempre me pasa cada vez que voy a Santiago y hay disco nuevo o algún show, y entonces me divierto mencionándolo ante el chileno de turno con el que me cruzo en mi viaje a ver cómo reacciona. A esta altura todos ya me conocen, y también lo conocen a Redolés, así que no hay polémicas como la que alguna vez me hizo decirle a un chileno que no podía considerarlo como tal si no sabía quién era Mauricio. No se si durante la (tras)noche de un año atrás en el Club Comercio Atlético del barrio de San Diego, donde se presentaba la reedición en vinilo de Gaete, sonó este Amor carretiao, pero qué importa, qué interesa. Bailamos todos y todo, lo que sea, y Redolés bailó con nosotros. Para horror de los viejos culiaos de siempre, y celebración de nuestros culos sucios que disfrutan a rabiar de sus versos y sus canciones auténticamente chilenas, mal que le pese a los defensores de la castidad del idioma. Y la economía, claro. Porque de eso se trata. Siempre.

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