miércoles, 30 de septiembre de 2015

Algunos recuerdos antes de volver a jugar con Olimpia, por Martín Pérez


Cuando Independiente salió Campeón de América en el 84, fui una sola vez a la cancha. Fuimos en una noche fría y lluviosa con mi viejo a la Cordero a ver como el Rojo le ganaba a la Católica en la segunda fase de aquella Libertadores que terminó definiendo, primero en esa fase ante Nacional, y después en la final con Gremio. No recuerdo casi nada de aquel partido en el que estuve presente, salvo que Alfonsín entró a dar el puntapié inicial y cuando se retiró junto a toda la comitiva que lo acompañaba dejó un barrial. No se jugó buen fútbol aquella noche: la pelota se quedaba en los charcos, los jugadores se resbalaban. Nadie parecía poder hacer pie en el barro, salvo el Bocha. El tipo jugaba como siempre, gambeteando para adelante, buscando a sus compañeros. Y no recuerdo que nunca se haya caído o perdido la pelota. No sólo sabía dónde estaban sus compañeros sin tener que mirarlos, sino que parecía saber la ubicación de cada uno de charcos, usándolos a su favor. Pero además de esa confirmación de que Bochini no era de este mundo, no me acuerdo ni de los goles. A veces, ir a la cancha no es sinónimo de memorable. Dos son los hitos de aquella Libertadores, uno de ellos la final, por supuesto, con aquel baile al Gremio en su propia casa. Pero fue un partido que no vimos, ya que no se trasmitió por televisión, y del baile sólo tuvimos como testimonio las crónicas periodísticas admiradas de los que estuvieron en Porto Alegre, tanto brasileños como argentinos. El resultado fue de apenas 1 a 0, y la vuelta en Avellaneda, esa sí transmitida en directo, apenas si se saldó con un 0 a 0. Nada para recordar, salvo la vuelta olímpica. Tal vez el partido que más se disfrutó fue el contundente 4 a 1 a Estudiantes en la primera fase, por la pica que había con el equipo que ya no dirigía Bilardo. Y porque en el primer tiempo nos fuimos a los vestuarios uno gol abajo, y en la segunda parte se lo dimos vuelta, con golazo de emboquillada del Bocha incluido. Según recuerdo, vi aquel partido por la tele, pero no recuerdo donde. La televisión es la televisión, así que no importa bien donde uno esté: la imagen es lo que importa. Pero en realidad el partido fundamental de aquella Copa, sin el cual nada hubiese sido posible, fue el que se jugó ante Olimpia en Avellaneda. Había que ganar, si o si, y sobre el final estábamos empatando. Aquel partido lo escuché por la radio, así que recuerdo bien dónde estaba aquella noche. Me había encerrado en el cuarto de mi amigo Carlos, en su casa cerca del Botánico, sufriendo en solitario con la eliminación inminente. Así fue que escuché de la pelota que pescó Barberón cerca el área de Independiente después de un corner en contra, corrió hasta dejarla en los pies de Bochini cerca del círculo central cuando apenas faltaba un minuto para el final del partido, y siguió corriendo sabiendo que el pase iba a llegar. Alguna vez escuché a alguien decir que Bochini aquella noche había inventado la pausa en movimiento. Porque eso fue lo que sucedió, y se puede ver en el video de aquel gol, casi una demostración práctica de la Teoría de la Relatividad. Porque el tiempo no corre igual para Barberón que para Bochini, aunque se terminarán encontrando en el pase, que llega como una cuchillada por detrás de una defensa que retrocedía a las apuradas, y entonces el centro de la muerte y el ignoto Bufarini que se hace inolvidable. Sin su derechazo en el medio del área no hubiese habido segunda fase, baile en Porto Alegre ni gol de Percudani en Tokio, sin ese gol se borraba la historia, sin ese recuerdo encerrado en un cuarto ajeno, en casa ajena, no estaría hoy evocando aquella noche antes de otra velada de Copa ante Olimpia, pero con este Independiente de Pellegrino –tan diferente de aquel del Pato Pastoriza como la época que representan—jugándose por segunda vez su destino en el año. La primera vez, ante Lanús por la Copa Argentina, no estuvo a la altura del compromiso. Habrá que ver si esta noche le da el cuero. Por lo pronto, este recuerdo enmarca al menos lo que se viene, con dos pequeñas notas al pie. Una, que aquella casa en la que grité un gol más solo que nunca fue la misma en la que –entre tantas otras cosas-- escuché por primera vez en la radio el simple con Piano Bar, y también por primera vez completo El Jardín de los Presentes en cassette, emocionándome cuando escuché aquella voz inesperada, al final de Las Golondrinas de Plaza de Mayo, dándome la bienvenida. Esa casa fue mi refugio por aquellos años, al igual que el futbol y el rock, y por eso les dedico este recuerdo. Y la segunda nota al pie es que ese imposible contraataque redentor que inventaron entre Barberón y Bochini sólo fue posible porque aquel Olimpia, pese a estar consiguiendo el resultado que había venido a buscar, se fue al ataque al final del partido, buscando rematarlo con un corner. Si no se hubiesen sentido tan seguros, si no hubiesen interpretado el futbol de esa manera, si se hubiesen colgado del travesaño, a Independiente el partido se le hubiese ido irremediablemente. A no olvidarlo, entonces: Las gestas heroicas no sólo necesitan de nuestros actos heroicos, sino de adversarios dignos y que también estén a la altura.

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