viernes, 16 de agosto de 2019

Alejandro Ferradás, "Nombre de bienes" (Eduardo Mateo)

Se los presento: el tipo de la foto es uruguayo, se llama Alejandro Ferradás, y hace dos años se mandó un disco extraordinario que —al menos hasta donde yo se— nunca fue celebrado como se merece. Estoy hablando de Canciones aferradas, un álbum de versiones que funciona como un catálogo de lo mejor de ese milagro que supo ser la canción urbana montevideana de fines del siglo pasado. El bautismo del disco, justo es decirlo, lejos de honrar el trabajo se parece más a una broma resignada, que mira para adentro en vez de invitar a pasar a los de afuera, pero su contenido es admirable. Acompañado por una banda que incluye la guitarra de Santiago Peralta, de Eté & Los Problems, Ferradás logra rockear por un impecable repertorio que termina resultando contundente y mágico, reinventando los temas elegidos y amalgamándolos alrededor de un sonido poderoso, homogéneo y seductor. Antes de que llegase este disco a mis manos Ferradás ya merecía un monumento, por haber sido casi el responsable del último disco del Darno, ese El ángel azul tan crepuscular que, sin embargo, lejos de ser apenas una sombra de lo que había sido su autor aún hoy funciona como una despedida con toda su estatura y gloria. Lo sabía, también, como parte de Los Kafkarudos, pero googleando antes de escribir estas líneas —una de las cosas que más disfruto, tanto que a veces pienso que hago todo esto sólo para tener la excusa perfecta para perderme link tras link— acabo de descubrir que formó parte de un grupo llamado Séptimo Velo, que a pesar de ser apenas una nota al pie del rock uruguayo de los ochenta, en mi ranking personal forma parte del glorioso Lado A del compilado Rock Uruguayo Vol. 2, que tuve en cassette y supo ser mi kilómetro cero en esto de hurgar en el rock montevideano. Aún hoy recuerdo como Estamos mal, de Neoh 23 —pero la versión del compilado, eh, no la del debut del grupo, que llegué a comprar en vinilo y resultó no ser la misma—, me hizo creer que eran los mejores punks del Río de la Plata. Muchos de mis primeros abanderados orientales formaron parte de aquella "ensalada" (compilado, en uruguayo), como Los Traidores y sus noticias nacionales o La Tabaré de sigue siendo rocanrol (creo que incluso llegaron a sonar, sino en Piso 93, seguro en Resaca, aquel inaugural programa diario de FM La Tribu), y recién hice play en Usando mis pies de Séptimo Velo (gracias You Tube por todo lo que nos das), y descubrí que puedo cantar toda una letra que, como la música, lleva la sola autoría de Ferradás. Pero volviendo al disco que nos ocupa, es posible que tema por tema Canciones aferradas sufra de esa enfermedad degenerativa que son las comparaciones mano a mano. Porque algunos de los temas elegidos no son precisamente desconocidos, sino que tienen su bronce. Por eso es que es un disco que se pone con cuidado, casi con desconfianza, pero escucha tras escucha va cambiando la cara excesivamente atenta de su ocasional oyente hasta, primero, generar un leve asentimiento y relajamiento casi imperceptible de las facciones, para que, cuando no se puede dejar de volver a poner el disco una y otra vez, uno se termine descubriendo como fan entusiasta. Porque es posible que la versión de Entonces no sea mejor que la que hizo Dino hace no tanto, que parece digna de David Gilmour, y también que Nombre de bienes haya perdido toda esa locura mateística que —al menos en mi caso— aquí convocaba al dolor de cabeza para pasar a ser una canción rocker y de guerra. Y también por fin hay puño cerrado en Andenes, que en la versión de su autora sólo mostraba el comprensible autismo del shock ante un final inesperado. Todas decisiones estéticas que, individualmente, pueden ganar o perder según los gustos o los recuerdos de cada uno. Pero que, colectivamente, solo invitan a volver a hacer play y escucharlo de punta a punta. Decía antes que se trata de un disco que resume lo mejor de la cancion urbana de Montevideo del siglo pasado, pero también seguramente honra el recorrido y los gustos del propio Ferradás, un integrante de la generación del rock de los 80 que terminó formando parte de la guardia pretoriana del Darno, recorrido que le permite una mirada musical de 360 grados, al menos durante aquella época. Brindo por eso, y por el discazo que nos regaló, que rescata a Galemire, Ubal, Nasser y Dino, poniéndolos al lado de Jaime, Cabrera y Mateo, enhebrando a una generación que siempre fue más rocker que lo que la época dejó entrever, y que Ferradás logra unir en un puño cerrado con el que se puede amenazar a un tiempo que nos va carcomiendo poco a poco. Como corresponde y no queda otra, como piedra que rueda. Como un nuevo siglo que hasta ahora, y en todo lo que importa, no ha hecho mas que presentarse como más viejo que el anterior. Recuerdo un chiste de Mafalda en el que su protagonista se acercaba a un Miguelito perfumado, vestido de fiesta, y con flores en la mano, y le señalaba que el año nuevo venía por el otro lado. Hay que estar en todo, pensaba Mafalda. Y sí, hay que estar en todo. Y mientras esperamos que lo nuevo venga de una vez, sigamos disfrutando de la música que siempre nos ha hecho compañía. Música Cretina, claro. ¿De qué otra música podemos estar hablando?

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