lunes, 22 de julio de 2019

Gene, "Her fifteen years"


Después de todo lo que he hecho/ para mejorar sus vidas/ aún así se atreven/ a dejarme ir

Así es como empieza el nuevo, nuevísimo Música Cretina que asomó durante este fin de semana, e invito a que hagan play ya mismo en el link que dejo en los comentarios para constatarlo. Empieza con la voz de Martin Rossiter y el sonido de Gene desde My fifteen years, un tema que quedó afuera de Olympian, aquel extraordinario debut del grupo, y terminó siendo rescatado en To see the light, una compilación que supo cerrar aquella época fundacional recolectando rarezas. Un lado B perdido y recuperado —de una época en la que el cuarteto del buen Martin parecía no poder hacer nada mal— para abrir un no-programa que no busca precisiones sobre el bien o el mal pero cada tanto busca refugio en discos y más discos reales y no virtuales, y éste es efectivamente el caso: se trata de una emisión de estante lleno. Ya volveremos sobre el tema, ahora quedémonos con Gene, un grupo que arrancó con un disco tan contundente que nada hacía suponer que se quedaría sólo en eso, y no lo hizo: llegaron a sacar cuatro discos en total, y siguieron tocando hasta bien entrado el cambio de siglo. Sin embargo, el único disco que cuenta es el primero, y no sólo por ser una rareza en su historia —suele ser recordado como un grupo del Britpop, algo que hace rechinar los dientes de Rossiter, un socialista que se siente más europeo que británico—, sino porque sigue siendo aun hoy un álbum que supera su época, e incluso hace olvidar esa mácula inicial, las referencias a The Smith en la elección de fotos de portada para sus simples y discos, y ciertos manierismos vocales —y letrísticos— que supieron poner a su cantante en la lista de los-nuevos-Morrissey que la prensa musical británica ama (o amaba, al menos) renovar cada tanto. Escuchar Olympian hoy no remite al grupo de Morrissey y Marr sino simplemente a Gene, y no a cualquier Gene sino a ése Gene, el de Olympian. Algo que, si dejo que mi cabeza corretee libre por el campo abierto al que invita semejante idea, me remite a la polémica teológica entre predestinación o libre albedrío que este fin de semana apareció al intentar revisar esa obra maestra llamada Heimat 2, del buen Edgar Reitz. Se trata de una saga de trece películas (nótese que hablo de peliculas, y no capítulos) que cuentan la historia de un grupo de jóvenes que huyen de sus familias sumergiéndose en sus estudios y en la vida, en los días y las noches —para Reitz los días son en blanco y negro, y las noches en color— del renaciente Munich de los años 60. El nuevo cine alemán en su esplendor, Heimat 2 es una larga historia de iniciación que pese a lo específico de la época refleja muy bien esas ansias y esos deseos juveniles en ruta hacia la adultez de cualquier época. Y si meto a la obra maestra del olvidado Reitz en mis recuerdos sobre los igualmente olvidados Gene es porque apenas empieza la primera película de la saga escuchamos como Hermann, su protagonista masculino, discute sobre la existencia o no de Dios en su examen final de teología, la materia que le falta para completar su educación formal en su pueblo, y poder huir hacia la libertad de la gran ciudad. Y es entonces donde pone frente a frente la predestinación y el libre albedrío. ¿El devenir de nuestra vida, se pregunta el apropiadamente joven y aún incipiente Hermann, está predestinado por los designios del Señor (o la Señora) o depende de nuestro libre albedrío? Una pregunta que en mi caso, como ferviente agnóstico y desconocedor total de los vericuetos de eso llamado teología, sólo puedo intentar responder con ejemplos del mundo del rock. Y entonces Gene. Y tantos artistas que, a pesar de la demostración siempre empírica de que cualquier trabajo mejora con la experiencia, o sea la edad, o sea el paso del tiempo, sabemos también —con la visión que da justamente el tiempo— que lo mejor lo hicieron al comienzo, tiernos, hoja en blanco. ¿Eso significará prueba contundente de que la música viene de fábrica, o sea de ése que podemos seguir discutiendo si tiene túnica o pollera, pero evidentemente se manifiesta en canciones? ¿Es simplemente un don, algo que viene hecho, que se tiene o no se tiene? Desde esta tribuna que comulga no-programa a no-programa podemos decir que creemos que la divinidad ciertamente tiene estrofa y estribillo, pero que al mismo tiempo lo único que prueba es justamente eso. Lo demás, que preocupe a otra gente descaradamente menos preocupada por lo que a los demás nos ocupa todos los días. Si, ya se, es lunes, la semana recién empieza y no era que hablábamos de música nomás. Cancioncitas. Chingui chingui. Volvamos a eso entonces, volvamos a Martin Rossiter y a los Gene, y a una canción que arranca diciendo Adiós mundo amable/ estoy triste por partir. Y que después deja paso a otra canción, y a otra. Porque esto sigue siendo Música Cretina, y apenas si se trata de un nuevo comienzo. Predestinados como estamos, y al mismo tiempo libres para volver a elegirlo. Y hacer play. Y tener un día, una semana y un sol bien cretino.

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