domingo, 28 de julio de 2019

Van Morrison, "In the garden"


Sin gurú, sin método, sin maestro/ sólo vos y yo/ y la naturaleza

Domingo de invierno, con sol y Van Morrison. Eso es Música Cretina. O eso debería ser. El viejo Van suena en el Lado A del último no-programa, justo después de temas de los que ya hablamos por acá: primero Gene y luego Herbert Vianna. Cretinos todos, claro. Los invito a escucharlos y sumarse al club, haciendo play en el link que dejo en los comentarios, y confiando en que después de Van se dejen sorprender por lo que viene, porque esa es nuestra esencia Cretina. Un domingo soleado a fines de julio se lo merece. Pero dicho esto volvamos a Van Morrison, y a los versos con los que comienzan estas líneas. La primera frase, de hecho, siempre me fascinó, viniendo como viene de uno de los héroes de la contracultura. Digamos mejor que el viejo Van más que héroe siempre fue un antihéroe. Y más aún: directamente un mal bicho. Un tipo permanentemente enojado y esquivo, que en los ochenta pensaba que todos le habían robado su música. De hecho, en el disco que lleva como título la frase en cuestión, hay un tema que arranca diciendo exactamente eso: Robaron mis palabras/ robaron mis canciones/ robaron mi melodía. Uno puede imaginarse que el tipo que a los 20 años fue capaz de grabar algo tan maravilloso como Astral Weeks dos décadas después debía ser mucho más sabio, pero la música nunca es lineal y obedece a sus propias corrientes. El viento que llevó a Morrison hasta Madame George no es el mismo que lo dejó ante la Cientología en los 80, por ejemplo. ¿O el tiempo es aún más perverso de lo que me permito imaginar y es así nomás? ¿Los Beatles estaban equivocados? ¿Si te das mucho amor lo que viene es odio? ¿Si alcanzás la sabiduría te toca la ignorancia? Bienvenida la ignorancia, entonces, si ése es el camino hacia la música de Van The Man, el gurú más olvidado del rock, y con toda justicia. Pero al mismo tiempo eso mismo es lo que hace que su obra sea el repositorio de tantos tesoros. Porque, en su caso al menos, no se trata del artista sino de la canción. ¡Y qué canciones! Está el Morrison de Gloria y los Them, el que parece el papá del otro Morrison, del buen Jim. Está también el Morrison que ya mencionamos, el de Astral Weeks, ese ascenso celestial fruto del combustible de la nostalgia de un joven de apenas 20 años. Y está también el jazz del Morrison de la vejez, capaz de sacar un disco tras otro durante las últimas dos décadas —y uno mejor que el otro—, sin que a nadie parezca importarle. En su libro sobre Van, Greil Marcus confirma eso que descubrí cuando The Healing Game me fascinó al llegar a mis manos en la segunda mitad de los 90 pero nadie mas parecía estar escuchando: que Van se había reencontrado. Y no hablo de paz interior, en la portada de ese disco estaba vestido como un mafioso, y sus canciones tenían más urgencia que otra cosa. Pero esa es justamente la clave. Es más: creo que a partir de entonces no tiene discos malos. Sin embargo, esa prodigalidad en la vejez no ha alcanzado para devolverle un lugar en la conciencia del rock actual entre los únicos artistas con los que podría codearse, como Bob Dylan, Neil Young o Joni Mitchell. La culpa, hay que decirlo, la tiene el propio Van. Tantas idas y vueltas, tanta mala leche, hace que nadie le tenga confianza. Pero lo dije antes: con Van lo que importa es la canción. Y siempre he amado el mantra que construye en la canción que bautiza su disco post-cientología, este No guru, No method, No teacher que lo muestra en la portada como un profesor universitario, más teacher que gurú, ciertamente. In the garden es un tema mágico, clásico instantáneo marca Van, que incluso tiene su gilette en el tobogán. Porque, sí, reniega de gurúes, métodos y maestros, pero si uno escucha atentamente el estribillo, después de la naturaleza viene el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡No falta nadie! Van nos convoca al paraíso, pero minga de manzana. La felicidad, pareciera cantar, esta en la ignorancia. Pero uno sabe que, en su caso, en realidad se trata de ignorar, o de pasar por alto, semejante idiosincracia. Van Morrison pareciera ser la mejor prueba de que tener un don es como que te regalen un reloj, pero a lo Cortázar: en realidad uno es el regalo del reloj. Tic tac, dice el don de Van, y entonces No guru, no method, no teacher. Solo vos y yo. Un domingo de sol. Y Música Cretina, claro.

jueves, 25 de julio de 2019

Herbert Vianna, "Uns dias" (Paralamas)

Lloraba de amor/ y no porque sufría

Al de la foto esta vez seguro que lo conocen: se llama Herbert Vianna, y la imagen es de la contraportada del librillo interno de su segundo álbum solista, el despojado y poco conocido —al menos por estas pampas— Santorini Blues. Es una postal —guitarra acústica, bermudas, luz crepuscular— que captura la esencia de un disco que es como una guitarreada veraniega. De lujo, claro, pero guitarreada al fin. Ese es el espíritu que se cuela en el nuevo Música Cretina cuando asoma la voz y la guitarra de Herbert, apenas empezado el Lado A de un no-programa repleto de discos atesorados en mis estantes, como este trabajo del que nos separan unos —gulp— 22 años ya. Su historia es más o menos así: cuando Vianna se fue a los Estados Unidos a masterizar 9 lunas, el álbum que de alguna manera marcó el fin del romance de Paralamas con el mercado latino, había una serie de canciones que no paraba de tocar en su guitarra acústica. Una y otra vez, dale que dale. Si la conjunción de “guitarra”, “acústica” y “Brasil” remite inmediatamente a MPB, para el entonces siempre polémico Herbert —que más de una vez supo oficiar de vocero del hartazgo de los músicos de su generación ante la palabra siempre considerada santa de Caetano Veloso— esas tres iniciales estaban fuera de su vocabulario. El repertorio acústico del líder de Paralamas incluía, en cambio, entusiasmos recurrentes como Fito Páez, intereses rockeros y generacionales como el disco de Pete Townshend y Ronnie Lane, y en su mayor parte un repertorio propio, basado en temas ya grabados por el grupo, como el epifánico Uns días, que es el que suena en este Música Cretina. Un tema en carne viva, piedra fundamental del consagratorio Bora bora, el disco con el que Herbert comenzó a acercarse al mundo del rock argentino cuando Charly García se sentó al piano para la balada Por quase um segundo. “Probé tantas frutas/ que te dejarían tonta”, canta Vianna en Uns dias, una canción que es posible que haga referencia al final de su accidentada relación con Paula Toller, la cantante de Kid Abelha. “Yo estuve afuera unos días/ yo te odié unos días/ yo te quise matar”, es como termina una letra que comienza celebrando y termina confesando, un arco que comienza en la liberación, sigue con la culpa y termina en el rencor en apenas tres minutos. Con cuarenta y tres segundos, para ser precisos. Volviendo a la historia del disco que aloja esta versión, fue durante unas horas libres durante esa mezcla norteamericana de 9 lunas que el líder de Paralamas grabó de corrido aquel repertorio, con la asistencia del técnico Jerry Napier, que —como le gustaba recordar por entonces a Herbert— solía trabajar con Neil Young. Así como su debut como solista despertó cierto resquemor entre sus compañeros de grupo, que consideraron que aquellos temas debieron haber formado parte del repertorio de Paralamas —y alguno finalmente pasó, efectivamente, de E batumaré a Severino—, Santorini Blues debe su existencia al entusiasmo de Joao y Bi por ese “demo”, que sonaba una y otra vez en el auto del cantante y terminó siendo editado casi sin agregados (uno de los pocos es el teclado que se escucha al comienzo de Uns dias, justamente). Eso sí, estoy seguro que la cinta original debía tener grabado algún tema de Tom Verlaine, del que Herbert es tan fanático que cuando lo conocí, durante la sesión de fotos para esa primera nota, nunca dejó de tocar una y otra vez los acordes de Glory, de Television, en la guitarra que llevaba colgada. Se lo recordé hace poco, en la sala de ensayo que el grupo tiene armada en el departamento de Joao Barone, el baterista, en Río, y reveló que hizo lo mismo durante el comienzo de su luna de miel con Lucy, al punto de que su flamante mujer le prohibió Verlaine o Television durante el resto del viaje. Confesaba unas lineas antes mi sorpresa ante las dos décadas que nos separan de un disco que me parece que fue ayer cuando lo escuché por primera vez, pero la verdad que no solo el tiempo separa aquel recuerdo de este presente en el que Vianna es otra persona, y al mismo tiempo la misma que conocí entonces. Es un sobreviviente atravesado por una tragedia de la que escapó gracias a la ayuda de sus amigos y de la música, pero al mismo tiempo ha quedado atrapado en ella. Y ahora cuando repaso Santorini Blues, es inevitable no detenerse en una de las perlas de su repertorio, el inédito Luca, que quedó fuera de Paralamas porque sus compañeros lo consideraron demasiado personal, ya que se refiere a la experiencia de tener un hijo. “Abre los ojos para ver el mundo/ todo es nuevo para tus ojos nuevos”, cantaba entonces Herbert, y es imposible reprimir un escalofrío al escuchar hoy el verso final de la estrofa, que repite y cambia: “Todo es nuevo para mis ojos viejos”. Porque no hay forma de no pensar en este Herbert que perdió todo, incluso la memoria, y la recupera día a día, viviendo en carne propia ese último verso. Todo es nuevo para los ojos viejos de mi amigo Herbert, un milagro musical, dueño de una fuerza vital única, que invita a seguir adelante, pase lo que pase, con la música como estandarte, siempre canción a canción.

miércoles, 24 de julio de 2019

El mar no rechaza ningún río

El mar no rechaza ningún río/ recordá eso cuando el mendigo pague una ronda

El tipo de la foto se llama Alan Rogan, y el verso citado acá arriba forma parte del único tema que llegó a firmar en su vida. Su co-autor, en cambio, firmó, firma y seguirá firmando temas mientras pueda sostener una guitarra en las manos, y lleva por nombre Pete Townshend. Rogan fue, justamente, el responsable de cada guitarra —y amplificador— que el guitarrista y compositor de The Who destruyó sobre el escenario durante toda su carrera, y eso es mucha destrucción. Casi se podría decir que fue el dueño del trabajo más ingrato de la historia del rock’n’roll, el tipo que arreglaba las guitarras que usaba el tipo que —García dixit— las rompía cuando nadie tenía un miserable amplificador. Con eso alcanzaría para rendirle homenaje, pero además resulta que leo por ahí que su nombre figura al pie de uno de los temas más emocionantes del rock durante lo que podríamos llamar su primer crisis de madurez. Es nada menos que la médula espinal del segundo disco solista de Townshend, Todos los mejores cowboys tienen ojos chinos, un título que nunca entendí demasiado qué quiere decir, salvo que se refiera al hecho de que los mejores cowboys tienen los ojos bien chicos de tan puestos que están. Por aquel entonces el punk que supo mojar la oreja de los viejos rockers había llegado y seguido de largo, y Keith Moon se había muerto, así que estaba más claro que nunca que no sólo habría diversión en eso de tocar y romper las guitarras. La metáfora del mar es justamente una que también utilizó por estas pampas el fan confeso del hombre que rompía las guitarras, firmado con el que se las arreglaba. Pero allí donde el siempre arrogante Charly desdeña las nuevas olas, Townshend (junto con Rogan) recuerda a todos los ríos. El mar no rechaza ningún río/ y el río es donde estoy, termina cantando el buen Pete, después de recordar el estado de las aguas y de dónde vienen, y que todas, pero todas todas, terminan en el mar. Es un tema emocionante, y para un chico que recién se asomaba al rock como era yo entonces, un desafío. Porque era una balada, no un rock’n’roll, y además duraba más de cinco minutos, así que todo pedía seguí de largo, pasá al tema siguiente, pero no, ahí me quedé. Recuerdo que cuando nos pasábamos el porro/ mi cuerpo se sentía un poco más frío, se puede escuchar apenas empezado el tema, y entonces cómo no seguir escuchándolo. Tengo que confesar que nunca supe que Pete Townshend lo había firmado con otro, de hecho, en el disco que tuve entonces y cuyo sobre interno revisé mil veces (y también en el compact que conservo) sólo concede una co-autoría con Andy Newman para el breve y hermoso Preludio (A veces, caminando por las calles de la ciudad/ Miro todos los rostros de los ganadores y perdedores/ Por qué, no puedo ver un cambio/ antes de decir adiós) y reconoce a North country girl como un tema tradicional del que apenas es responsable por el nuevo arreglo. Pero si en todos los obituarios dedicados a Alan Rogan desde su muerte a comienzos de este mes se menciona su co-autoría en ese tema, mejor hacerles caso. Acabo de leer el del New York Times, donde se señala lo mismo, y que funcionó como punto de partida para este recuerdo-homenaje de uno de esos tipos indispensables pero anónimos que siempre hay detrás de cualquier cosa que damos por hecha y no lo está. Así sean las guitarras siempre tiene a mano para romper una estrella de rock como esa canilla de la que sale agua cuando la abrimos. “Estamos poluidos ahora pero aún limpios en nuestros corazones/ el mar no rechaza ningún río”, canta Townshend y entonces ahora cantamos todos, recordamos todos, y también brindemos todos por el buen Alan, que ya forma parte del mar.

lunes, 22 de julio de 2019

Gene, "Her fifteen years"


Después de todo lo que he hecho/ para mejorar sus vidas/ aún así se atreven/ a dejarme ir

Así es como empieza el nuevo, nuevísimo Música Cretina que asomó durante este fin de semana, e invito a que hagan play ya mismo en el link que dejo en los comentarios para constatarlo. Empieza con la voz de Martin Rossiter y el sonido de Gene desde My fifteen years, un tema que quedó afuera de Olympian, aquel extraordinario debut del grupo, y terminó siendo rescatado en To see the light, una compilación que supo cerrar aquella época fundacional recolectando rarezas. Un lado B perdido y recuperado —de una época en la que el cuarteto del buen Martin parecía no poder hacer nada mal— para abrir un no-programa que no busca precisiones sobre el bien o el mal pero cada tanto busca refugio en discos y más discos reales y no virtuales, y éste es efectivamente el caso: se trata de una emisión de estante lleno. Ya volveremos sobre el tema, ahora quedémonos con Gene, un grupo que arrancó con un disco tan contundente que nada hacía suponer que se quedaría sólo en eso, y no lo hizo: llegaron a sacar cuatro discos en total, y siguieron tocando hasta bien entrado el cambio de siglo. Sin embargo, el único disco que cuenta es el primero, y no sólo por ser una rareza en su historia —suele ser recordado como un grupo del Britpop, algo que hace rechinar los dientes de Rossiter, un socialista que se siente más europeo que británico—, sino porque sigue siendo aun hoy un álbum que supera su época, e incluso hace olvidar esa mácula inicial, las referencias a The Smith en la elección de fotos de portada para sus simples y discos, y ciertos manierismos vocales —y letrísticos— que supieron poner a su cantante en la lista de los-nuevos-Morrissey que la prensa musical británica ama (o amaba, al menos) renovar cada tanto. Escuchar Olympian hoy no remite al grupo de Morrissey y Marr sino simplemente a Gene, y no a cualquier Gene sino a ése Gene, el de Olympian. Algo que, si dejo que mi cabeza corretee libre por el campo abierto al que invita semejante idea, me remite a la polémica teológica entre predestinación o libre albedrío que este fin de semana apareció al intentar revisar esa obra maestra llamada Heimat 2, del buen Edgar Reitz. Se trata de una saga de trece películas (nótese que hablo de peliculas, y no capítulos) que cuentan la historia de un grupo de jóvenes que huyen de sus familias sumergiéndose en sus estudios y en la vida, en los días y las noches —para Reitz los días son en blanco y negro, y las noches en color— del renaciente Munich de los años 60. El nuevo cine alemán en su esplendor, Heimat 2 es una larga historia de iniciación que pese a lo específico de la época refleja muy bien esas ansias y esos deseos juveniles en ruta hacia la adultez de cualquier época. Y si meto a la obra maestra del olvidado Reitz en mis recuerdos sobre los igualmente olvidados Gene es porque apenas empieza la primera película de la saga escuchamos como Hermann, su protagonista masculino, discute sobre la existencia o no de Dios en su examen final de teología, la materia que le falta para completar su educación formal en su pueblo, y poder huir hacia la libertad de la gran ciudad. Y es entonces donde pone frente a frente la predestinación y el libre albedrío. ¿El devenir de nuestra vida, se pregunta el apropiadamente joven y aún incipiente Hermann, está predestinado por los designios del Señor (o la Señora) o depende de nuestro libre albedrío? Una pregunta que en mi caso, como ferviente agnóstico y desconocedor total de los vericuetos de eso llamado teología, sólo puedo intentar responder con ejemplos del mundo del rock. Y entonces Gene. Y tantos artistas que, a pesar de la demostración siempre empírica de que cualquier trabajo mejora con la experiencia, o sea la edad, o sea el paso del tiempo, sabemos también —con la visión que da justamente el tiempo— que lo mejor lo hicieron al comienzo, tiernos, hoja en blanco. ¿Eso significará prueba contundente de que la música viene de fábrica, o sea de ése que podemos seguir discutiendo si tiene túnica o pollera, pero evidentemente se manifiesta en canciones? ¿Es simplemente un don, algo que viene hecho, que se tiene o no se tiene? Desde esta tribuna que comulga no-programa a no-programa podemos decir que creemos que la divinidad ciertamente tiene estrofa y estribillo, pero que al mismo tiempo lo único que prueba es justamente eso. Lo demás, que preocupe a otra gente descaradamente menos preocupada por lo que a los demás nos ocupa todos los días. Si, ya se, es lunes, la semana recién empieza y no era que hablábamos de música nomás. Cancioncitas. Chingui chingui. Volvamos a eso entonces, volvamos a Martin Rossiter y a los Gene, y a una canción que arranca diciendo Adiós mundo amable/ estoy triste por partir. Y que después deja paso a otra canción, y a otra. Porque esto sigue siendo Música Cretina, y apenas si se trata de un nuevo comienzo. Predestinados como estamos, y al mismo tiempo libres para volver a elegirlo. Y hacer play. Y tener un día, una semana y un sol bien cretino.

jueves, 18 de julio de 2019

Juluka, "Desharrapados"

Desde ayer que estoy escuchando este disco, después de no hacerlo durante décadas. La foto no es mía, yo nunca lo tuve en vinilo, lo que llegó a mis manos durante mi adolescencia fue apenas un cassette que vaya uno a saber ahora por dónde anda. Pero tengo que agradecerle al anónimo empleado de una discográfica local el haber decidido editar a un ignoto grupo sudafricano en un país aún en dictadura, porque fue algo que me abrió la cabeza y me mostró que existía un camino más allá del rock anglosajón que fue mi primer dieta musical durante aquellos años formativos. ¿Por qué lo habrán editado? ¿En honor a unos milicos que se enorgullecían de romper el apartheid? Vaya uno a saber, pero si ese disco no hubiese llegado tan temprano a mis manos —y oídos— tal vez mi camino como oyente musical hubiese sido otro. Recuerdo que Miguelito en Mafalda se obstinaba en decir que, aunque hubiese sido otro, igual nacía. Y es posible imaginar que sin este disco de Juluka hubiese sido el mismo que soy, pero no está de más agradecer el atajo. Si lo he vuelto a escuchar es porque ayer me enteré de la muerte de Johnny Clegg, el músico blanco sudafricano detrás de aquel grupo y aquel disco, junto a Sipho Mchunu, el zulú que le enseñó su música. Juntos mezclaron razas —y tradiciones musicales—en una época en que no se podía hacer eso en Sudáfrica, y terminaron haciendo historia, aun cuando en ese momento sólo se condenaron a no poder tocar jamás ya que eran una banda interracial, y a Clegg a terminar más de una vez detenido cuando era descubierto por la policía en los barrios exclusivamente destinados a los negros. Este Desharrapados es el cuarto disco del grupo, y el primero que grabaron para una multinacional, o sea el primero distribuido internacionalmente. Si bien no llegó a ser un éxito, tuvo su influencia, y el tema que lo bautiza, Scatterlings of Africa, llegó a ser un hit menor, y terminó —regrabado por el grupo de Clegg que sucedió a Juluka, Savuka, ya sin Mchunu y cantando sólo en inglés— en la banda de sonido de Rain Man. Obviamente que nada sabía ni imaginaba yo cuando aquel cassette llegó a mis manos entonces, pero había algo diferente ahí. Algo que hizo que se lo hiciera escuchar impiadosamente a mis amigos de entonces —con los que escuchaba, por ejemplo, The Police, cuyos intentos de reggae funcionaban como vínculo con este disco—, intentando compartir con ellos aquella iluminación. Lo escuché tanto entonces, que cuando me enteré de la muerte de Clegg, busqué el disco en internet e hice play, descubrí que aún recordaba pedazos de letra, melodía y arreglos. Es verdad, el sonido delata la cruel época sonora de la que procede —los 80— pero a mi memoria no le importa. Es mas, quiere que suene exactamente así. Leo por ahí que Clegg tenía 66 años y murió de cáncer, y pese a ser un decidido militante antiapartheid que le puso el cuerpo a la causa, las paradojas de siempre quisieron que con el boicot internacional se le hiciese difícil trabajar con su grupo en Gran Bretaña. Y que su pequeña venganza fue cuando Nelson Mandela subió a acompañarlo al escenario en 1999, algo que se puede buscar en YouTube. También leo que Mchunu sobrevivió a Clegg, y recuerda que fue más que un hermano para él. Bautizado como el Zulú Blanco por la EMI cuando lo firmó en los 80, un sobrenombre que Clegg detestaba según escribe Diego Manrique en su obituario para El País, Clegg es ídolo en África, y Dios en Sudáfrica. Hizo lo que era impensable para los blancos entonces allí: hacerse amigo de un músico negro callejero. Y al mismo tiempo es lo que lxs chicxs han hecho desde siempre que la música es música: irse a tocar con esx amigx, aprender su música, armar un grupo, y querer tocar juntxs por ahí. Yo te saludo Johnny, le pusiste el cuerpo a lo que tocaste, y me abriste las orejas. Y me gusta pensar que yo también me hubiese ido por ahí con vos y con Mchunu, a escucharlos tocar esa música que aún hoy mi memoria recuerda.  

viernes, 12 de julio de 2019

Edwyn Collins, "It's all about you"

Se los presento: el tipo de la foto se llama Edwyn Collins, y su voz suena casi al comienzo del Lado A del Música Cretina que aún me gusta considerar como nuevo. Aparece después de dos artistas de los que ya hemos hablado por acá, Jacob Banks y el Mandrake Wolf. Los invito a que hagan play, y verán qué tan cretinamente se van pasando la posta. Pero volvamos a Edwyn: confieso que me emociona verlo en esta imagen tomada en su hogar-estudio escocés y que terminó en la portada de su nuevo disco, que le sacó John Maher, el baterista original de los Buzzcocks, ahora devenido fotógrafo. Y si me emociono es porque Collins es un artista que ha terminado encarnando la mejor definición de la mala o buena suerte al mismo tiempo, la versión humana del concepto del vaso medio vacío o medio lleno. Porque en esta foto de acá arriba lo que se puede ver es a un sobreviviente. Y también a una víctima de un accidente cerebrovascular, que le sucedió hace unos quince años atrás. Lo salvó un tratamiento oportuno y veloz, y también la dedicación de su heroica esposa, Grace Maxwell, que era también su manager desde hacía dos décadas atrás, o sea que hablamos de una tipa pulenta. Además de contar la historia en el libro Falling & laughing: the restoration of Edwyn Collins, Maxwell es la otra protagonista del emocionante documental The possibilities are endless, que cuenta la misma historia, la del accidente y la posterior recuperación del cantante. Recuerdo haber visto aquellas imágenes, en las que —si no recuerdo mal— terminan mostrando al buen Edwyn cantando sus nuevos temas, con el lado izquierdo de su cuerpo paralizado, ayudado con la otra mano por su mujer a la hora de tocar la guitarra, y no pude evitar pensar en Gustavo Cerati, que por entonces acababa de terminar de morir. Pensaba que bien podría haber seguido así su historia. Y por eso es que pienso en Collins más que nada como un sobreviviente. Su nuevo disco se llama Badbea, un título tomado del nombre de una aldea del norte de Escocia, abandonada desde comienzos del siglo pasado. Fue fundada por habitantes desplazados de sus tierras en los siglos 18 y 19, y está ubicada en una colina cercana al puerto de Helmsdale, donde nació el abuelo de Edwyn y donde se reubicaron con su mujer al abandonar Londres unos cinco años atrás, cuando dejaron atrás lo peor de su accidente y posterior rehabilitación. Es un bautismo que, como los restos de aquella aldea que aún siguen en pie, sirve como testimonio de su resistencia ante las adversidades. Líder de los venerados Orange Juice, solista con discos de culto hasta que la pegó con A girl like you, un superhit mundial que le cayó en las manos justo cuando se había quedado sin contrato discográfico —y aquí podríamos hablar otra vez de la suerte— por lo que todas las regalías fueron a parar directamente a su bolsillo, Edwyn Collins admite hoy en las entrevistas que se pueden encontrar aquí y allá que, antes del accidente era un tipo canchero, de respuesta rápida y vitriólica, un tanto pasado de rosca. Hoy es mas bien un tipo agradecido de la vida (o lo que le quedó de ella), que se sorprendió al disfrutar escuchando canciones que antes le parecían —digamos— grasas, y al que le gusta dibujar pájaros. De hecho, la portada de uno de sus discos posteriores al accidente está ilustrada por sus pájaros. Y si digo discos es porque Edwyn ya tiene varios desde entonces, uno inicial que alcanzó a ser grabado antes del accidente pero recién lo pudo mezclar y terminar pasados dos años, y dos más compuestos y registrados después. Badbea es el cuarto —el noveno de su carrera solista— para el que recuperó letras que tenía olvidadas por ahí, muchas de ellas anteriores el accidente. Es el primero en seis años de silencio, después de su mudanza a Escocia, y es el que más recuerda al artista de siempre. Es más: el comienzo del tema que abre el disco, y que es el que suena en Música Cretina, tiene cierto parecido con aquel hitazo. Todo tiene que ver con vos, se queja Edwyn desde el estribillo, en un tema cuyo primer verso describe un paisaje bello y calmo, hasta que llegó él y arruinó la vista. Mas allá de las ironías a las que era proclive Edwyn entonces, es imposible no pensar en ese “él”, en ese “vos” (Las cosas que no hacemos/ todo tiene que ver con vos), como el anterior Edwyn, que se creía el centro del universo. Y así es como ahora escucho de otra manera la parte que dice: Temblando por el miedo/ qué hacer/Temblando por el miedo/ mirándote. El sobreviviente que —bastón en mano, como en la foto, pero con la voz intacta— lejos de añorar su anterior vida, parece estar permitiéndose ajustar cuentas con aquella versión de sí mismo. Algo que tal vez deberíamos aprender a hacer, sin necesitar de semejante aviso. Todo tiene que ver con vos, sigue cantando Edwyn desde su vaso medio lleno pero lleno al fin, porque sabe que no es así, que hay que correrse del medio, que hay que aprender a mirar para afuera. Y saber disfrutar de tiempo para dibujar los pájaros.

jueves, 11 de julio de 2019

Juliana Hatfield, "It's so weird"


No hay reemplazo/ para lo que se fue

Jueves de un invierno que parece haberse saciado demasiado rápido, con un sol que sin embargo aún no se termina de empoderar en los restos de una mañana que merece un Música Cretina para terminar de decidirse. ¿Decidirse a qué? Vaya uno a saber, pero que se decida. Mientras tanto, lo que no deja de sonar en mi cabeza es un tema del nuevo disco de Juliana Hatfield, la cara bonita del rock indie de los noventa, que no ha dejado de grabar discos desde entonces. De hecho, en los últimos años —que digo años, ¡meses!— no ha dejado de sacar un disco tras otro. El anterior, por ejemplo, fue un homenaje a… ¡Olivia Newton John! No esta de más recordar que Juliana es una Cretina honoraria junto a su mejor amigo, casi su hermano mellizo, el otro rostro bonito del indie de los noventa —algo que mucha gente nunca le perdonó—, nada menos que Evan Dando. Pero volvamos a la ex Blake Babies, la nunca rrriot girl Hatfield, que siempre puso a la canción antes que la rabia. Y que, como nunca se ha ido, mientras muchos de sus contemporáneos facturan la melodía de la gira de retorno, ella simplemente sigue y sigue, conejita de Duracell con guitarra colgando en vez de bombo. Weird es su disco solista numero 17, un título cuya traducción podría ser Rara, como aquel debut de Juana Molina. Pero en este caso se refiere al retrato de una extrema vida puertas adentro, un canto a la soledad y la decisión de dejar al mundo afuera. No por nada en su portada es un dibujo de una mujer en posición fetal —pero con la cabeza erguida, y no agachada, desafiante antes que víctima—sobre cuya larga sombra se leen los títulos del disco. Cuando quiero dejar el mundo afuera, lo hago con la música/ sólo un par de auriculares y una chica, canta Hatfield en tema que cierra el disco, mientras que en el que se podría decir que lo titula —que es el que cierra el Lado A del no-programa que aún debemos considerar como nuevo—, el contagioso It’s so weird, habla sobre huir del amor. Mi hermano me preguntó dónde vas a buscar amor/ cuando estás tan sola/ No necesitás romance/ Y le dije: no, para nada, arranca la letra de un tema que quedó sonando en mi cabeza desde la primera vez que lo escuché. Más que nada porque tiene todas las cualidades de un buen tema Hatfield: la melodía irresistible, actitud rocker de puño cerrado pero al mismo tiempo una corriente subterránea de poderosa melancolía. Podés hacer lo que querés/ cuando no pertenecés a nadie, se planta Juliana, pero también revela: Me abrí al medio/ sin conseguir ninguna recompensa. Entonces sólo queda la canción, por suerte queda el rock n roll. El par de auriculares y la chica. O el chico. Y el invierno, la mañana y la música, claro. Si es Cretina, mejor.

miércoles, 3 de julio de 2019

Música Cretina 2019 #6

ESTO NO ES UN PROGRAMA

25-6-2019

Lado A

“No hace falta para cantar/ esperar la primavera”

1.- Jacob Banks, Chainsmoking
2.- Alberto Wolf & Los Terapeutas c/Urbano Moraes, De candombe beat
3.- Edwyn Collins, It’s all about you
4.- Kiko Veneno, Chamariz
5.- Elvis Costello & The Imposters, If you love me
6.- Aaron Neville, Sarah Ann
7.- El Petit De Cal Eril, Els gats 2
8.- Juliana Hatfield, It’s so weird

Lado B

“Malgasté el tiempo y ahora/ él me ha malgastado a mí”

9.- Balthazar, Wrong vibration
10.- Howe Gelb, Anna
11.- Black Alien, Que nem o meu cachorro
12.- Desert Sessions, I wanna make it with chu (Queens Of The Stone Edge)
13.- The Goon Sax, Make time 4 love
14.- Peret, Un tiempo para todo
15.- Eli “Paperboy” Reed, News you can use
16.- Fafá de Belem, Toda forma de amor (Lulu Santos)

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