sábado, 27 de abril de 2019

Hambre en Buenos Aires

Mirate las manos/ la sangre en las manos. Pavada de verso de un tema bautizado Hambre, que además titula el disco que Ernesto Tabárez junto a sus Problems estarán presentando esta noche Buenos Aires. Hambre. Justo. Al final será el hambre lo que nos salvará, anuncia otro verso del mismo tema, y otra vez, imposible no buscarse en el espejo. Pero la sangre en las manos, ese Macbeth cotidiano que merecidamente cargan y deberán cargar los porteños, es la mención más impensada y al mismo tiempo apropiada del tiempo que estamos viviendo. Malditos banquetes, Vil, El éxodo y ahora Hambre, una sucesión de discos que hablan su propio idioma, y al mismo tiempo nos hablan a todxs. ¿El muñeco creerá que le pone voz al ventrílocuo?  Pavada de muñeco este Ernesto, el querido Ernesto, nuestro amigo Ernesto, que siempre le puso el cuerpo a lo que escribe y también garganta. Uno de los gestos que amo de Ernesto en escena es cuando cierra la botellita de agua de plástico y la tira por el piso, entre los cables. Su particular bomba con el seguro en su lugar. No se por qué recuerdo eso, tal vez porque he visto ya muchas veces en vivo a Ernesto, con o sin sus Problems. De hecho, la primera vez que tocó en Buenos Aires –si no me equivoco-- fue invitado a un Martes de Poesía y Música, a dúo con Ana Fornaro, ni más ni menos. Y como si fuera poco, según recuerdo fue en ese viaje que nos dejó en los labios el nombre Ismael. Desde entonces nos han pasado muchas cosas, los benditos problems –así, con minúscula—de todos los días (y mas también), pero también cosas de las otras, de las que importan, de las que cambian vidas y también las elevan. Lo que sigue ahí, siempre, son las canciones. Son las que cantaremos esta noche en el Xirgu, donde Ete y Los Problems presentan esta noche a las 21 su disco Hambre para todxs nosotrxs. Ja, hambre para todxs. Malditos banquetes. Nos vemos --y nos alimentamos—ahí. Como dice mi amigo Diego Trerotola: ojalá les pase.
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Ah, la foto que acompaña estas líneas tiene ya unos ocho (¿ocho?, ¡ocho!) años, y la saqué en el camarín de un antro montevideano que ya no existe, llamado Espacio Guambia. Fue en la presentación del poemario de Ana, De a ratos. Esa noche Ernesto estaba con fiebre, pero vino y cantó igual. Lo dicho, el tipo nunca deja de poner el cuerpo y la garganta. Por eso lo queremos. Y por la charla también.

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