viernes, 10 de febrero de 2017

Carmen Sandiego, "Eructo de Semen"


Yo me acuerdo de un toque en una plaza/ De vos gritando sobre un escenario precario

El jukebox de mi cabeza es el que me viene dictando estos post del último Música Cretina. De hecho, y como les dije antes, si efectivamente hay un nuevo no-programa es porque empecé a no poder dejar de cantar ciertos temas. Es lo que me pasa con este temazo del nuevo disco de los uruguayos Carmen Sandiego, Mapas Anatómicos. Cuando salio, a finales de diciembre, pasó por casa Ernesto Tabárez, una suerte de infalible anticipador de fanatismos, que me preguntó: "¿Escuchaste el último de Carmen Sandiego? Tiene un tema increíble, pero nunca lo van a pasar por radio, por el título que tiene". Por entonces corría --como todos-- detrás del fin de año cual conejo de Alicia, y no le pude prestar la debida atención, salvo a un título que, efectivamente, me pareció un contundente antídoto contra la posible difusión del tema: Eructo de semen. Aún cuando el primer verso lo explique todo: Tu banda se llamaba “Eructo de Semen”/ y sonaba a lo que se suena con ese nombre. Lentamente, como la gota que horada la piedra, empecé a meterme, verso a verso, estrofa a estrofa, en un tema que resultó ser un temazo emocionante, que termina arrastrándome al mismo lugar donde me deja Avalon en Larravide, épica indie rocker que cierra del disco anterior de Carmen Sandiego, Ciudad dormitorio (2013). El recuerdo que me acompaña en mis epifanias con los temas épicos de los Sandiego son casi videos en sí mismos: si aquel me recuerdo escuchándolo emocionado, caminando de noche un fin de año por la playa de Punta Colorada, en Uruguay; este me acompañó repitiéndose una y otra vez en mi cabeza --sin necesidad de artefactos electrónicos-- mientras pedaleaba ida y vuelta al trabajo durante toda esta semana. Hay algo en estas dos magdalenas musicales que encapsulan la esencia del poder del rock aplicado a nuestras vidas cotidianas; ponen en palabras, exhiben ante un juez imaginario las pruebas de que la música que escuchamos mejora nuestras vidas, o al menos la narrativa de nuestros recuerdos. Cada vez que escucho a Flavio cantar eso de que Esos chicos con botellas en sus manos/ no importa lo rápido que estés tocando/ ellos se mueven en cámara lenta/ se golpean en cámara lenta, lo entiendo todo, pero todo todo, eh. Y lo olvido inmediatamente después de que termina el tema, por eso quiero escucharlo otra vez. Y otra. Y otra. Y lo canto y lo canto, o ni eso, simplemente lo tarareo o lo silbo mientras pedaleo, para extender una epifanía musical que logra suspender la permanente incertidumbre del día a día. Y hay algo más en la letra, porque no sólo encapsula ese conocimiento, sino tambien la aceptación de lo efímero del mismo. Su parcialidad. Su cuartito cerrado, su engaño personal y --a veces-- colectivo. Su realidad solo como recuerdo de otro tiempo, que incluso tal vez nunca estuvo ahi. Prefiero el recuerdo de guitarras tronando en el verano, canta Flavio, y es imposible no estar de acuerdo con el, no entender todo lo que dice y sus implicancias, sentir el verano en la piel y tambien el recuerdo en la cabeza o el corazon, si es que es ahí donde se recuerda. Y me detengo acá, porque necesito hacer otra vez play. Pensar en un escenario precario, armado en una tarde de verano. Recordar guitarras tormentosas y platillos golpeando.

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