martes, 5 de julio de 2016

La primera vez


La primera vez que pensé en hacer un reportaje, todavía ni siquiera me había imaginado que iba a terminar siendo periodista. Simplemente necesitaba saber más sobre un tal Hector Germán Oesterheld y sus historietas, y como era algo sobre lo que no podía leer en ningun lado, pensé que bien podría ir a preguntar yo mismo lo que queria saber. Por entonces tenía apenas unos 16 años, y había empezado a ir regularmente a la Asociación de Dibujantes de la Argentina, que tenía su sede al lado de Tribunales. Viajaba hasta allá una vez por semana casi al final de la jornada, desde mi hogar en Saavedra o desde el lugar en Capital donde me hubiese dejado el día, y volvía a mi casa en colectivo, siempre tarde. A la misma hora en que, por ejemplo, Juan Salvo y sus amigos jugaban su truco nocturno, mientras escuchaban las parejas solitarias que apuraban en paso por la calle, o los colectivos acelerando unas cuadras mas alla, en la Avenida. Empecé a ir a la ADA a cursar un taller de humor gráfico, con un joven docente llamado Miguel Repiso --entre mis compañeros estaban Roberto Perinelli, Adrián Franco (Pati) y varios mas--, pero enseguida encontré una excusa para quedarme dando vueltas por el lugar a pesar de mi escasa capacidad para el dibujo, como bibliotecario de la entidad. Semejante título rimbombante significaba en realidad apenas el mucho mas prosaico derecho a tener acceso a las llaves de un armario donde se amontonaban revistas y libros que los que ya no querían en su casa dejaban ahí, y también pasar a formar parte de alguna manera del mobiliario del lugar, tener permiso para conocer gente y hacer preguntas. Ahi conocí a Jorge Luis Lepera (Jorh), Maicas, Tito Spataro, Massarolli, entre tantos otros nombres que se me vienen aleatoriamente a la cabeza. Una de todas esas preguntas que le hice a alguno de ellos fue sobre Oesterheld, obviamente. Creo haber confesado en voz alta mi deseo de entrevistar a ese guionista cuyas historietas seguían apareciendo por entonces en las revistas del género, y la respuesta que me llegó me dejó helado. Mi interlocutor me informó que eso iba a ser imposible, porque Oesterheld estaba desaparecido. Esa respuesta funcionó como una bomba: en mi recuerdo de aquellos años formativos, que el autor de mis historietas preferidas hubiese desaparecido hizo estallar la burbuja en la que había crecido. Si Oesterheld había corrido ese destino, lo que había sucedido en el país había sido más terrible de lo que hasta entonces yo me había enterado. A partir de entonces empecé a escuchar y preguntar sobre muchas cosas mas que las historietas, a leer con curiosidad e interés la Humor mas allá de los chistes e historietas y Las Páginas de Gloria, y apenas pudieron volver a existir los partidos políticos --la gente variada que pululaba por la ADA, me di cuenta muchos despues, lo hacía porque era la unica actividad social posible en aquel tiempo, y se desbandaron cuando regresó la militancia-- terminé acercándome a uno de ellos, el Partido Intransigente, y a su sede de Riobamba, no muy lejana a la ADA. Y también comencé a ingresar lentamente y de varias maneras a un mundo que recién cuando empecé a cursar en Ciencias de la Comunicación pude ponerle un nombre: el de la cultura popular y masiva. Pero aquella entrevista que nunca pude realizar siempre estuvo en mi cabeza, y de hecho la primer nota publicada por la que me pagaron fue sobre El Eternauta. Salió en la etapa dirigida por Marcelo Figueras de la primer Fierro, la firmé como El Gavilán Pollero --el seudónimo radial con el que se me conocía por entonces-- y se trataba de una minuciosa investigación sobre los embrionarios y frustrados intentos de llevar al cine la historieta de Oesterheld y Solano López. Desde entonces y hasta ahora, siempre que encontré una excusa, seguí la pista de Oesterheld y sus historietas en todos los trabajos que he tenido. Pero nunca pude olvidar esa entrevista que no fue, y tal vez por eso es que el trabajo de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami me pega tan de cerca. Porque reconstruye al Oesterheld que deambulaba por la misma ciudad en la que de niño y adolescente yo leía sus historietas. Porque investiga y rescata ese mundo que yo desconocía entonces, cuya súbita aparición en mi vida reordenó el fin de mi infancia, de una manera terrible pero también liberadora. Y además, al decidirse a investigar la historia y la tragedia no solo de Oesterheld sino también de sus hijas, y a partir de esa historial familiar completar el retrato de una sociedad, mas de una generación y su militancia --y también una minuciosa reconstrucción de la represión y el exterminio-- lo que hacen Nicolini y Beltrami es permitirme leer algo que hasta entonces había mirado de costado, o siempre había leido subdivividiendo sus partes. Por primera vez en Los Oesterheld está todo, y ese todo, toda esa información y esas voces, permiten revivir y enfrentar tanto la vida y la pasión como la muerte y el horror. Por eso es que esperé su edición con ansias, desde que me enteré de la existencia del proyecto. Y estuve atento ante la inminencia de su publicación, para llevarlo a la tapa de Radar, editando con cuidado un adelanto que desplegase las virtudes del libro y al mismo tiempo funcionase como una lectura independiente, y escribiendo también un entusiasta recuadro/reseña para presentarlo como corresponde, aún cuando sabía que iba a salir sin firma --como todo el resto del suplemento y el diario, salvo casos puntuales-- por la lucha gremial que estamos llevando adelante para pelear por nuestros sueldos. Porque si bien nunca pude encontrarme con Oesterheld para conseguir las respuestas a mis intrigas de fan adolescente, al menos Los Oesterheld me permite ser testigo de su vida justo en la época que yo quise empezar a hacer preguntas.

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