jueves, 25 de junio de 2015

Mark Eitzel, "Sacred heart"


Un corazón lleno de lluvia/ lleno como las nubes

Jueves de invierno, y se acabó el solcito. Parece que se viene la lluvia, parece. Y entonces nada mejor que escuchar a Mark Eitzel, pero a un Eitzel turista, paseando por las calles de París, buscando el Sacre Coeur mapa descartable en mano, esperando un aguacero listo para un turista inútil que camina pensando en todo y en nada, por ejemplo en que Noé tal vez no lo necesite para su arca pero que su amante no lo dejaría olvidado.No necesito verte/ me alcanza con sentirte, canta Eitzel en el que siempre me pareció el mejor tema de 60 watt silver lining, a pesar de que hay otros con títulos irresistibles –algo que nunca falta en todos sus discos—como Cuando mi avión finalmente caiga o Algunos barman tienen el don del perdón. Fue su álbum debut como solista luego de la disolución de American Music Club, algo que sucedió hacia mediados de los 90, una época en la que el grupo de Eitzel todavía funcionaba casi como una contraseña secreta entre los que por entonces todavía paseábamos por el rock indie norteamericano con nuestros improvisados mapas en mano, intentando llegar a cada uno de sus escondidos Sacre Coeur. Aún atesoro esos primeros discos de AMC, tengo incluso una biografía de ellos en mi biblioteca, que me permitió comprender cómo fue que cayeron en brazos de Mitchell Froom y Tchad Blake, algo que celebré entonces –fanático como era de sus producciones para Tom Waits, Los Lobos y hasta Suzanne Vega—pero que terminó haciendo sonar artificioso el natural oscuro romanticismo del grupo. Tal vez aquel paso en falso –Eitzel siempre receló de esa elección, una apuesta del sello multinacional que los sacó de indies pensando que tenían un éxito entre manos aunque terminaron abandonándolos enseguida a su suerte—es el que haya llevado al cantante hacia el lugar de crooner que encarna en este 60 watt silver lining, que en su momento tuvo sus detractores. Como muchos de los avatares de aquella época del indie post-grunge, Eitzel se fue perdiendo en discos solistas cada vez más espaciados e intrascendentes, hasta que hace relativamente poco lo trajo de regreso la inevitable reunión de su grupo. Cuando recién había empezado su derrotero solista tuve el honor de escucharlo tocar en el boliche Largo de Los Angeles. Fuimos a verlo con Martín Rea, en una de esas raras noches libres de un viaje largo y de laburo, en que estás tan cansado que no podés mantenerte en pie pero cómo te vas a perder de ir a ver a uno de tus héroes si toca acá nomás. Ahí fuimos con Martín, que estaba en Los Angeles en su rol de “Martín Rea” –así aparece acreditado en sus discos—para los Caballeros de la Quema mientras grababan La paciencia de la araña, y recuerdo que no alcanzamos a ver demasiado del show. Al final de la noche me acerqué a Eitzel con la intención de saludarlo, el Largo es –o era-- un bar pequeño, en el que los músicos se mezclan con la gente, y recuerdo que me impresionó lo alto que era, que me dio mano feta al saludarme y que no me prestó la mas mínima atención. Igual te queremos Mark, y si me tocase hacer de Noe para rock norteamericano de la época por supuesto que te subiría en mi arca musical. De hecho, acá estás, justo en el medio del Lado B del último Música Cretina. Y acompañándonos también mientras esperamos la lluvia en la mañana de un jueves nubladísimo e invernal. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario