jueves, 5 de diciembre de 2013

Porra, bigote y pantalón largo

Aún me acuerdo del uruguayo Eduardo Pereyra, que atajaba siempre con pantalones largos. Vino ganador de todo desde Peñarol a sumarse a ese Independiente de overol del Indio Solari, con el Bocha en el final de su carrera, el del chaucha Bianco, las corridas de Alfarito Moreno y la porra de Rubén Darío Insúa. Tal vez mi eterna simpatía por el paisito, ahora que lo pienso, tenga que ver con todos los que pasaron por el Rojo, de Pavoni para acá. Siempre hubo un uruguayo que sentir como propio, incluso cuando Alzamendi la rompía en River, para mi nunca dejó de ser del Rojo. Pero si ahora me acuerdo de Pereyra es porque el Rusito Rodríguez acaba de romper el record sin goles del uruguayo que se subía las medias por sobre esos largos que no se sacaba nunca, ni siquiera en verano. En la Cordero había teorías sobre por qué Pereyra no usaba cortos. Se decía que tenía las piernas deformes, que lo habían torturado y le habían quedado marcas, toda clase de cosas. Tenía porra de rocker, bigotazo de cantopopu y cara de malo, siempre serio, Pereyra. No sé donde andará ahora, pero supongo que él también verá su nombre mencionado acá y allá, ahora que su record de 642 minutos—que sirvió para ganar aquel campeonato sin muchas luces—ha sido superado por esa cifra tan de hoy, tan marketinera, esos endiablados 666 del Ruso Rodríguez, un proyecto de gran arquero, aunque el impresentable al que nos condenaron como relator permanente en el Nacional B insista con que no sale y que se yo cuántas cosas más. Lo imagino ausente de toda novedad estridente a Pereyra, canoso ahora pero siempre de negro y de pantalón largo. Y lo veo cebándose un mate cuando la novedad finalmente le llegue por un comentario descuidado, un titular descubierto en un diario viejo, alguna broma de barrio. Pereyra sí que salía, y se desparramaba sin problemas, las piernas por delante, superhéroe de bigotazo. Pero ahora seguro que ni se inmuta, sabe que aquellos tiempos hace rato que pasaron, que en realidad todo pasa, que el infierno no necesita de marquesinas ni de cifras redondas o simpáticas, pero que el cielo está siempre después, cuando hay tiempo de cebarse uno y escuchar a lo lejos todos los rumores que entusiasman y luego son ignorados por ese niño caprichoso y consentido que es el mundo de hoy. 

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