martes, 2 de abril de 2013

Fito Páez, "Decisiones apresuradas"


Hace un mes que formo parte de un programa que sale de lunes a viernes justo a la medianoche en la nueva NacionalRock. El programa se llama Diario del Futuro, y jugamos a hacer el diario del día siguiente. O al menos esa fue la idea inicial, lentamente –como todas las cosas que están vivas y buscan su propio camino—ha ido deformándose, pero sin perder su esencia. O, por lo menos, el título. El programa lo conducen Nicolás Lantos y Ludmila Guruchenko, y como columnista me acompaña el niño Nicolás Furfaro. Bah, todos son chicos. Más de una década –en el caso de Furfaro mas de ¡dos! décadas—me separa de ellos. Algo que se me hizo evidente anoche, cuando les pregunté qué recordaban de Malvinas... del 2 de abril de 1982, específicamente. Hubo un silencio. Lantos y Ludmila me aclararon que no habían nacido. Y Furfaro me dijo que su madre iba a la escuela todavía. Ahí fui yo el que se quedó callado, entonces. Porque sentí que no tenía sentido contar mis recuerdos sobre ese día, no demasiado particulares ni heroicos. Me acuerdo de llegar al Avellaneda al mediodía –iba al turno tarde—y no entrar, quedarnos en la puerta, y terminar caminando por Santa Fe con destino de Plaza de Mayo. No recuerdo, sin embargo, ningún sentido épico o patriótico. No, al menos, en mi caso. La sensación que me invadía era la de estar haciendo algo que en otro momento no sería permitido. Manifestarse por una avenida, caminar por el medio de la calle, ir cantando y saltando, y que nadie te lo censure, sino que te miren con comprensión, casi con cariño. Lo que te dejaban hacer, hacerlo. Sobre todo si era algo que no habías hecho antes (supongo que por esa misma razón es que salí del colegio a dar una vuelta olímpica por la cuadra, luego por el triunfo del juvenil en el 79, justo cuando una Comisión Internacional por los Derechos Humanos visitaba el país, pero esa es otra historia). Eso era ser adolescente hacia el final del Proceso. Malvinas eran los chicos. Malvinas era una guerra. Malvinas fue un estado de locura colectiva, ese Estamos ganando que después avergonzó a tantos. Por eso es que siempre me pareció que la mejor canción que siempre resumió mejor mis recuerdos sobre Malvinas es Decisiones apresuradas, de Fito Páez. “Una guerra no es un negocio ni una ilusión/ Una guerra es sangre”. 

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